EL DOCTOR CARLOS HOLMES TRUJILLO
Por Peloecaña
Se llevó el coronavirus, esta vez, a un colombiano ilustre por mil títulos, el doctor Carlos Holmes Trujillo García.
No voy a cometer el error de hacer méritos a costa de las ejecutorias del ilustre desaparecido, simplemente voy a hacer una síntesis apretada de su valía innegable, por todos reconocida.
En su familia, la política siempre fue el pan de cada día; su señor padre se destacó en el foro y en el parlamento y fue un digno émulo de Demóstenes y Cicerón, de Augusto Ramírez Moreno y el primero entre sus cotemporáneos como orador insigne, y por fuerza el desaparecido debía seguir sus pasos, porque la genética siempre atina.
Fue el doctor Carlos Holmes Trujillo un abogado brillante, un servidor público ejemplar y heredó, con creces, la facilidad de expresión de su progenitor.
Primero que todo fue un hombre de bien, pulcro y transparente, respetuoso de la opinión ajena, sin renunciar a sus principios.
Donde quiera que fue llamado a enarbolar el buen nombre de la Patria, acudió presuroso y exitoso, ya en el servicio exterior, ya en el gobierno y, desde luego, en la política.
Lo conocí en una reunión de los primeros alcaldes populares, en la que coincidimos, él como burgomaestre de Cali y yo, ejerciendo la misma dignidad en mi pueblo natal.
Terminó su vida pública dejando una estela ejemplar, en el Centro Democrático, al lado del expresidente Álvaro Uribe Vélez, al que perteneció desde su fundación, sin titubeos ni vacilaciones, sin esguinces ni debilidades, siempre en primera línea, gracias a sus propios merecimientos, no obtuvo nada en su exitosa carrera ni por azar ni por generosa donación gratuita, todo se lo ganó a pulso.
Terminó frente al cañón poniéndole el pecho a la brisa y a las adversidades y mezquindades de la politiquería.
En su última intervención en el parlamento colombiano cuando, pigmeos del quehacer partidista, quisieron sacarlo de su cargo promoviendo una moción de censura, aprovechó la oportunidad que sus contradictores le dieron para hacer gala de su solvencia política, de sus inmensas dotes dialécticas y de su fulgurante oratoria, salió como Daniel del Foso de los Leones y del Horno Ardiente, indemne y agigantado.
En los ministerios que desempeñó en este gobierno, consecuente con su talante, fue un servidor público ejemplar y, sin duda, un paradigma de lealtad con el Presidente Duque y, desde luego, con Colombia.
Paz en su tumba y fortaleza para los suyos.