LA CONSTITUCIÓN DE 1991
Por Peloecaña
Con razón se afirma que el resultado de la actividad humana es el retrato a
veces físico, a veces intelectual y de pronto la síntesis de esos dos factores,
de sus gestores.
Algo va de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro a César Gaviria y Humberto de
la Calle; los primeros inspiradores de la Constitución de 1886 y los dos
últimos gestores de la de 1991.
A pesar del aporte valiosísimo de los Constituyentes del Movimiento de
Salvación Nacional, de la participación positiva de los Constituyentes del
Partido Conservador, y de la presencia con sus luces de algunos Constituyentes
del Partido Liberal, la Constitución de 1991 no pasa de ser un esperpento, un
hijo bobo, un autista, comparada con la de Núñez y Caro.
Con la figura del doctor Álvaro Gómez Hurtado, en la presidencia tripartita
de la Asamblea Nacional Constituyente, tuvieron la oportunidad sus
secuestradores y los inductores del magnicidio de, por lo menos, creer que
estaban a la par de su reciedumbre intelectual, su estatura moral y su grandeza
personal, pero ese parangón no fue más que una ilusión.
Ahora que celebran los 25 años del Parto
de los Montes, los medios fletados por el régimen no se cansan de ponderar
las bondades de tan magna obra, pero la Constitución de Gaviria y de la Calle
seguirá siendo la causa de todo lo que hoy vive Colombia.
Fue el Constituyente Miguel Santamaría Dávila quien primero se opuso a que
el nombre de Dios fuera borrado de la Ley de Leyes, que hoy nos avergüenza y oprime, desde luego
con el voto racional y afortunado de la mayoría de sus colegas.
Fue el doctor Álvaro Gómez Hurtado quien introdujo al Estatuto
Constitucional, instituciones como la Fiscalía General; el concepto, como norma
constitucional, de la planeación estatal y, sin duda, impidió, junto con los
constituyentes pensantes, que los minusválidos mentales con asiento en esa
entidad borraran de un plumazo todo lo bueno de la Constitución de 1886.
Por fortuna, para Colombia, no hemos sucumbido gracias a los vestigios que aún
quedan de ese monumento jurídico.
Sin embargo, lo que inicialmente parecía bueno se ha pervertido, se ha
prostituido y se ha puesto al servicio de causas partidistas detestables que
todos los días atentan contra la estabilidad institucional de la República;
puntualmente, la Administración de Justicia, convertida en yunque y martillo
para golpear a quienes cometen el delito de disentir y no aplaudir unánimes los
errores garrafales del régimen.
Pero si por la víspera se saca el día, gracias a la politización partidista
de la justicia, gracias a una institución nueva, hija legítima de la
Constitución de 1991, la Corte Constitucional, y con la anuencia y la
complacencia del Congreso, estamos a punto de padecer la vigencia de un nuevo
orden constitucional, nacido en La Habana, que quiere subrogar lo poco
rescatable del esperpento de 1991, expedido por constituyentes de facto, al
parecer, con la coautoría de un constituyente que integró las listas del
M19.
Después de tanto escándalo y tamaña expectativa, ¡la montaña parió un
ratoncito!
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