lunes, 4 de julio de 2016




LA  CONSTITUCIÓN DE 1991

Por Peloecaña

Con razón se afirma que el resultado de la actividad humana es el retrato a veces físico, a veces intelectual y de pronto la síntesis de esos dos factores, de sus gestores.

Algo va de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro a César Gaviria y Humberto de la Calle; los primeros inspiradores de la Constitución de 1886 y los dos últimos gestores de la de 1991. 

A pesar del aporte valiosísimo de los Constituyentes del Movimiento de Salvación Nacional, de la participación positiva de los Constituyentes del Partido Conservador, y de la presencia con sus luces de algunos Constituyentes del Partido Liberal, la Constitución de 1991 no pasa de ser un esperpento, un hijo bobo, un autista, comparada con la de Núñez y Caro.

Con la figura del doctor Álvaro Gómez Hurtado, en la presidencia tripartita de la Asamblea Nacional Constituyente, tuvieron la oportunidad sus secuestradores y los inductores del magnicidio de, por lo menos, creer que estaban a la par de su reciedumbre intelectual, su estatura moral y su grandeza personal, pero ese parangón no fue más que una ilusión.

Ahora que celebran los 25 años del Parto de los Montes, los medios fletados por el régimen no se cansan de ponderar las bondades de tan magna obra, pero la Constitución de Gaviria y de la Calle seguirá siendo la causa de todo lo que hoy vive Colombia.

Fue el Constituyente Miguel Santamaría Dávila quien primero se opuso a que el nombre de Dios fuera borrado de la Ley de Leyes,  que hoy nos avergüenza y oprime, desde luego con el voto racional y afortunado de la mayoría de sus colegas. 

Fue el doctor Álvaro Gómez Hurtado quien introdujo al Estatuto Constitucional, instituciones como la Fiscalía General; el concepto, como norma constitucional, de la planeación estatal y, sin duda, impidió, junto con los constituyentes pensantes, que los minusválidos mentales con asiento en esa entidad  borraran de un plumazo todo lo bueno de la Constitución de 1886. Por fortuna, para Colombia, no hemos sucumbido gracias a los vestigios que aún quedan de ese monumento jurídico.

Sin embargo, lo que inicialmente parecía bueno se ha pervertido, se ha prostituido y se ha puesto al servicio de causas partidistas detestables que todos los días atentan contra la estabilidad institucional de la República; puntualmente, la Administración de Justicia, convertida en yunque y martillo para golpear a quienes cometen el delito de disentir y no aplaudir unánimes los errores garrafales del régimen. 

Pero si por la víspera se saca el día, gracias a la politización partidista de la justicia, gracias a una institución nueva, hija legítima de la Constitución de 1991, la Corte Constitucional, y con la anuencia y la complacencia del Congreso, estamos a punto de padecer la vigencia de un nuevo orden constitucional, nacido en La Habana, que quiere subrogar lo poco rescatable del esperpento de 1991, expedido por constituyentes de facto, al parecer, con la coautoría de un constituyente que integró las listas del M19.


Después de tanto escándalo y tamaña expectativa, ¡la montaña parió un ratoncito!

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