EL 7 DE AGOSTO DE 1819
Por Peloecaña
Ayer celebramos la efemérides más importante de nuestra Historia Patria, el bicentenario de la Batalla de Boyacá, el principio del fin del imperio español en sus colonias americanas.
El 15 de agosto de 1805, casi 14 años antes de la Batalla de Boyacá, Don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, apenas recién cumplidos los 22 años, juró en el Monte Palatino, en Roma, delante de su maestro Don Simón Rodríguez, con las siguientes palabras, liberar a su patria del dominio español: "Juro que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen, por voluntad del imperio español".
El 7 de agosto de 1819 ya había empezado a cumplir su juramento, y en ese día memorable su promesa se hizo más clara, más palpable y más cierta; la libertad de América ya no era una quimera, era una exultante realidad.
Pero a ese punto de la historia no se había llegado por mero azar; antes ocurrieron acontecimientos puntuales que permitieron la victoria patriota, en las riveras de la Quebrada Teatinos.
Antes, el Libertador y su Estado Mayor ya habían tomado la decisión de conducir a sus huestes triunfantes hasta las calles empedradas y terrosas de la capital de la Nueva Granada, y deponer al Virrey Sámano, y a fé que lo lograron.
El 21 de mayo de 1819 se inició la epopeya y fue esforzada y onerosa, salir de los ardientes llanos colombo venezolanos, pasando por las gélidas cumbres andinas, coronando el Páramo de Pisba a más de 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, después de muchas vicisitudes y penurias, con un ejército de desarrapados y casi desnudos llaneros, boyacenses y santandereanos, quisieron coronar la victoria, todo por la causa de la libertad.
La historia tiene inexplicables coincidencias: la Batalla de las Termópilas, en la que Atenienses y Espartanos se unieron para proteger a Grecia de la invasión Persa y que, sin duda, es un auténtico hito del acaecer bélico universal, según historiadores y cronistas, también ocurrió el 7 de agosto, pero del año 480 antes de Cristo.
Antes de la epopeya, cuyo bicentenario celebramos en Colombia, el mismo día se cumplieron 2.498 años del suceso militar de Las Termópilas, y a nadie se le ocurrió hacerle juicio de responsabilidad, ni críticas acerbas, ni proceso por delito de leso patriotismo al primer Ministro Griego, ni al Presidente del Parlamento Europeo, pero aquí sí al Presidente de la República. ¡Qué tristeza!
Como la historia verdadera es una concatenación de sucesos, no es posible dejar de comentar otros episodios históricos que tuvieron lugar, antes de la Batalla de Boyacá y que son chaquiras del mismo rosario de nuestra lucha libertaria, como la Batalla de las Queseras del Medio, cuyo héroe fue el General José Antonio Páez, el León de Apure, ni la Batalla del Pantano de Vargas, en la que el Coronel Rondón se cubrió de gloria y salvó la patria, en atención al llamado angustioso de El Libertador.
La síntesis afortunada de la narración de la efemérides que celebramos, la plasmó Don Rafael Núñez en dos estrofas de nuestro Himno Patrio.
IV: De Boyacá en los campos/ el genio de la gloria,/ en cada espiga un héroe/ invicto coronó./ Soldados sin coraza/ ganaron la victoria,/ su varonil aliento/ de escudo les sirvió./ Y
IX: La patria así se forma/termópilas brotando;/ constelación de cíclopes/ su noche iluminó./ La flor estremecida,/ mortal el viento hallando,/ debajo los laureles/seguridad buscó./
Y todo esto, el cruce del Páramo de Pisba, la batalla de Boyacá, la de las Queseras del Medio, y la del Pantano de Vargas; Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Carlos Soublette, José Antonio Anzoátegui, Pascacio Martínez, Juan José Rondón, James Roock, José Antonio Páez, los lanceros de la llanura colombo venezolana, el ejército de desarrapados y los acordes del Himno Nacional y la memoria de Rafael Núñez, todo, absolutamente todo fue poco, mínimo, porque Juan Manuel Santos Calderón lo volvió vergonzante moneda de trueque con la firma de los Acuerdos de La Habana.
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