QUE NO CUNDA EL PÁNICO
Por Peloecaña
Lo sucedido ayer en Colombia, en el mundo de la política, en el ámbito electoral, no es el juicio final; es simplemente una campanada, para que quienes creemos en la libertad dentro del orden, nos avivemos y corrijamos ahora que todavía tenemos tiempo, el rumbo y la práctica, en la manera de actuar, para obtener el poder del Estado.
Imaginémonos por un momento que el resultado de ayer hubiera sido en las elecciones presidenciales, tendríamos el más irresponsable de los políticos en el poder, exguerrillero, pro farciano y filoelenista, corrupto comprobado y cínico sin par, peor que Samper y Santos juntos, violador de la Constitución y la ley, y con jurisdicción y mando en toda la nación.
Por lo menos, el Presidente que elegimos es menos malo, que el tal Petro, así sea la continuación del mandato anterior y el epígono de Soros.
No comamos cuento; la Alcaldía de Bogotá nunca será el segundo cargo de la República, es lo que es, una alcaldía especial, por la importancia que tiene en todas partes, la capital de la República. A mi me afecta más la elección de la primera autoridad administrativa de mi pueblo que la elección del burgomaestre capitalino.
Desde luego, y por fortuna, tenemos innegables líderes y personas de calificación superior, que bien pueden gobernarnos con lujo de competencias, sabiduría y probidad y completa fiabilidad, y como al perro no lo operan sino una vez, no pasaremos nuevamente por la mesa de cirugía del experto en producir eunucos, para seguridad del serrallo.
La contundente y monumental derrota del Centro Democrático, ayer, en donde quiera que hubo un cargo de elección popular en disputa, a nivel regional y local, nos tiene que preocupar, es motivo de sobresalto, pero por fortuna, obligatoriamente nos alerta, para enmendar y corregir y volver por nuestros fueros; fueros que no están indisoluble ni irrevocablemente atados a ese Partido.
Lo que no podemos hacer es no auscultar, buscar y encontrar las causas del resultado fatal, que hoy lamentamos y nos duele e incomoda tanto.
No hay que ser Sherlock Holmes, ni Pilín para llegar a las causas y orígenes del desastre, más evidente, pero menos dramático que el hundimiento del Titanic.
Sin duda ni asomo de sombra, el primer responsable de la debacle es el gobierno presidido por Iván Duque Márquez; lo elegimos para que ejerciera el poder, con el talante uribista que había mostrado, pero que nunca imaginamos que fuera un disfraz, que escondería su verdadero personaje, santista hasta la médula y sorista hasta más no poder.
Su gabinete está integrado por lo más granado de los amigos de su antecesor, salvo honrosísimas excepciones.
Sus ejecutorias no han servido sino para consolidar los Acuerdos de La Habana; la destrucción de los cultivos ilícitos avanza a paso de tortuga; la lucha contra la corrupción es inocua, por no decir que inicua; y en un alarde de populismo punitivo, aupa la cadena perpetua para los violadores de niños, cuando la esencia de la descomposición social de la República está en la venalidad y banalidad de la justicia.
No necesitamos ni pretendemos un gobierno que tercie a favor de un partido para favorecerlo electoralmente; necesitamos un gobierno que gobierne y que con sus ejecutorias demuestre la bondad de la coalición que lo eligió.
También le cabe responsabilidad ineludible y maciza a las autoridades del Partido, por acción y por omisión, por el desatino en la escogencia de algunos de sus candidatos, y por alianzas, en más de una ocasión, "non sanctas", en aras del pragmatismo político.
Y, desde luego, el electorado le pasó factura al Gran Colombiano por sus equivocaciones políticas, por sus errores humanos pero, en fin, errores.
Nadie olvida como festinó el triunfo del plebiscito del 2 de octubre de 2016, y los electores de Antioquia podrán decir por qué se perdieron la Alcaldía de Medellín y la Gobernación del Departamento.
Pero, que no cunda el pánico, aun podemos pensar y opinar, no hemos agotado la posibilidad de enmendar.