LA LEY SECA EN LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA
Por
Peleocaña
El 16 de enero de 1920, el Congreso de los EE.UU. aprobó la Enmienda XVIII
a su Constitución, según la cual se prohibió la venta, importación y
transporte de bebidas alcohólicas en la Unión Americana. Esta prohibición
se conoció como la Ley Seca.
Tal disposición legal generó la reacción inmediata de muchos comerciantes
de las actividades antes permitidas y desde ahora prohibidas, y empezó uno
de los episodios que más fuertemente conmocionaron la vida de
ese país.
La Ley Seca implicó el comercio clandestino de licores que, desde luego,
trajo consigo los precios exorbitantes que los consumidores asumieron, sin
importarles mucho, porque siempre fue superior la tendencia alcohólica que los costos
de satisfacer el vicio.
Los millones de dólares que giraban alrededor de ese tráfico ilegal de
licores atrajeron a los delincuentes a apoderarse de tan lucrativa actividad
prohibida y fue el más connotado de todos Al Capone; y dicen los cronistas especializados
que Joseph Kennedy, el patriarca del Clan Kennedy, también ejerció el
contrabando de licores en la época de la Ley Seca.
Fue tan nefanda la mentada Enmienda XVIII a la Constitución Americana
que su vigencia hubo de ser derogada el 6 de diciembre de 1933, mediante la
Enmienda XXI; es decir, que la Ley Seca no alcanzó los catorce años de vida, y la producción, el
consumo, la importación y el transporte de licores volvió a ser
legal y la normalidad en ese campo regresó a la sociedad norteamericana.
Como los gringos tienen el don de la ubicuidad, en sus avanzadas de
aculturación disfrazadas de ayudas institucionales a estos pueblos del Tercer
Mundo, como los Cuerpos de Paz, hijos legítimos de la Alianza para el Progreso,
conocieron de los efectos psicotrópicos de la coca, mediante la práctica del mambeo y la existencia del poporo, que
son parte integral de la cultura ancestral de los nativos del Amazonas y
de las alturas andinas suramericanas, y también conocieron las vivencias
de experiencias más fuertes que las que les brindaba la tecnología de los
laboratorios sofisticados del gran país del norte, como el éxtasis, la heroína,
el opio, el LSD y cuanta sinvergüencería se han inventado para satisfacer su
enfermiza proclividad a sentirse dopados.
¡Pues bien! Fue ahí cuando empezó a abrirse paso el comercio a gran
escala del clorhidrato de cocaína, que llegó a los EE.UU. para quedarse, y que
se extendió por el resto del mundo desarrollado.
Bolivia, Perú y Ecuador han tenido siempre cultivos de coca, como parte de
su cultura ancestral, y los "científicos" de otras latitudes les
enseñaron a los capos colombianos, que se apoderaron de la actividad del
narcotráfico, a producir lo que la sociedad civilizada reclamaba con tanto
ahínco y con tanta desesperación.
Cocaína por cientos de miles de toneladas métricas, demanda desenfrenada y
entonces había que instaurar la otra cara de la ley universal del comercio, la
oferta.
Como los demandantes son insaciables, la demanda supera con creces la
oferta; la consecuencia es el precio colosal del producto, que la
penalización ha encarecido exponencialmente; en Colombia aparecieron los Al
Capones, pero de la cocaína: Pablo Escobar Gaviria y su cartel de Medellín,
Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, los Rodríguez Orejuela y el cartel de
Cali, el cartel del Norte del Valle, y todos los que en Colombia
han sido, hasta llegar al cartel de las FARC, pasando por el dudoso honor
de haber sido la primera narcodemocracia del mundo.
Y también en Colombia, como en los EE.UU., familias preeminentes y de
insoslayable alcurnia fueron víctimas de la tentación del dinero a rodos
y a velocidades supersónicas con que aparece en la actividad del
narcotráfico.
En el gobierno de Álvaro Uribe Vélez se aplicó, con relativo éxito, la
lucha de las autoridades contra esa actividad ilícita, lo que implicó que esos
dólares cambiaran de patio y se trasladaran a México, pero vinieron los
ocho años funestos del gobierno Santos y los cultivos de coca, en
nuestro país, crecieron descomunalmente y la producción de cocaína
aumentó, como nunca antes, sencillamente como resultado de los
Acuerdos de La Habana.
Hoy el Presidente Duque está siendo conminado por el mandatario
norteamericano, a eliminar la coca y el narcotráfico, todo por la incuria
de Juan Manuel, por haber recibido su herencia nefasta sin beneficio de
inventario.
La institucionalidad de USA solo se demoró escasos catorce años para derogar
la prohibición de la Ley Seca, y Colombia lleva casi cuarenta años manteniendo
la lucha contra la más aberrante violación ética y legal, que
implica soportar toda la cadena de desmanes del narcotráfico.
Cuántos muertos más; cuánta corrupción a todos los niveles y en todas
las esferas de la sociedad colombiana; cuánta depredación hace falta para
que los hijos de esta Patria adolorida entendamos que el más ilustre de nuestros
connacionales, el doctor Álvaro Gómez Hurtado, como siempre, tenía razón.
La solución al problema del flagelo que nos azota inclemente, el narcotráfico,
es su legalización; que los consumidores de todas las latitudes aboquen el fin
del problema o su reducción a proporciones manejables, como endemia de salud
pública que es.