EL
PESO MORAL DE LA CULTURA
Por Peloecaña
El más importante patrimonio de una nación y de un país es su cultura y
si esa cultura está cimentada sobre las bases morales de valores
transcendentales y superiores, aparecerá el concepto de patria, y la fortaleza
económica y la justicia social vendrán por añadidura.
Que nadie dude que la solvencia moral de un pueblo es su cultura.
Si la sociedad colombiana se debate entre los bandazos de un gobierno sin
moral, la cultura de la injusticia y de la violencia, los más caros
principios que otrora fueron pilares de nuestra nacionalidad están pisoteados y
manchados.
El régimen pragmático que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos nos
llevó a ser catalogados como una narcodemocracia y el esfuerzo de los
dos últimos Presidentes, distintos a quien hoy detenta el poder, parecieran en
vano, porque el mandatario de hoy nos ha sumido en la vergüenza y en la
humillación.
Hoy sufrimos y padecemos la más aberrante dictadura, disfrazada de
democracia, donde con la anuencia cómplice de mayorías legislativas
y de una justicia politizada, al servicio del mayor corruptor que en
Colombia ha habido, y se desmoronan la institucionalidad y la
juridicidad, como caen las carnes de un cuerpo invadido por la lepra.
La cultura tuvo por propósito la vigencia de principios vitales para
el cuerpo social de la república; se trataba de elevar el espíritu y forjar el
carácter de la nacionalidad del sitial que nunca ha debido descender.
Ya ni siquiera nos conmueve el Himno Nacional, ni nos arropa la
Bandera; el Escudo no es égida, sino carga ominosa; todo se compra, todo se
vende; la dignidad se murió de tedio y la cultura de antaño huye
avergonzada.
La cultura que añoramos no crea opinión, siembra convicciones. El gobierno
predica que los linderos y los hitos ya no señalan límites, ni determinan
propiedades, como en el tango Cambalache: "Todo
es igual, lo mismo un burro que un gran profesor".
La cultura tuvo signos que la identificaron: El concepto Orden fue pieza fundamental de esa
cultura; ahora padecemos lo más antagónico al orden, la anarquía.
El Presidente de la República nos quiere entregar a todos maniatados de
pies y manos a los paramilitares guerrilleros de las FARC. Festinó la tutela
natural que los padres ejercen, con yugo suave pero firme, sobre sus hijos
menores y dispuso que la libertad inherente a esa tutela sea
suplantada por los epígonos de la ideología de género.
Entregó los derechos constitucionales que señalan en cabeza de quien está
la facultad de elegir o designar jueces y conformar Tribunales y Cortes, para
otorgarle ese derecho a manos internacionales, como si Colombia fuera
minusválida o un protectorado de los organismos internacionales y
de países extranjeros, sin reclamar siquiera la práctica de la
reciprocidad, pues de antemano sabe que ni esos organismos ni esos países se
someterán jamás a tamaña indignidad.
De todos esos atropellos y felonías son y han sido cómplices
necesarios e ineludibles, legisladores, jueces y comunicadores
enmermelados hasta más no poder.
Si esas conductas ejercidas y practicadas por legisladores traidores, por
el gobierno felón y por los jueces ídem y comunicadores fletados no
constituyen el delito de Traición a la Patria, esa conducta típica punible debe
ser eliminada de la Legislación Penal Colombiana, que a la letra dice: "El que realice actos que tiendan a
menoscabar la integridad territorial de Colombia, a someterla en todo o en
parte a dominio extranjero, a afectar
su naturaleza de Estado Soberano o a fraccionar la unidad nacional, incurrirá
en prisión de 320 a 540 meses. (CPC art. 455).
Señor doctor Alejandro Ordóñez Maldonado, señor doctor Néstor Humberto
Martínez Neira, los dos tienen la palabra.
Si Colombia demostró con creces que aún le quedan restos de dignidad cuando
salió a la calle a defender los derechos de los niños, jóvenes y padres
colombianos, la lucha apenas ha comenzado.
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