jueves, 24 de noviembre de 2016

EL TIO CONEJO








EL TIO CONEJO

Por Peloecaña

Desde la noche del 2 de octubre, cuando se conocieron los resultados oficiales de la votación del plebiscito y, sorpresivamente, triunfó el NO, alborozados celebramos quienes nos sabíamos victoriosos.

El doctor Fernando Londoño Hoyos pregonó, hasta el cansancio, que el resultado electoral significaba ni más ni menos la inexistencia de los mal llamados diálogos de La Habana, que  no habían nacido, que fueron una mera pesadilla.

Antes, el jefe de la delegación oficial a La Habana, doctor Humberto de la Calle Lombana, había sostenido lo mismo: si el plebiscito no es ganancioso, los acuerdos con las FARC sucumben.

Los dirigentes de la oposición más visibles a esos acuerdos, doctores Andrés Pastrana Arango, Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordóñez Maldonado, a pesar de la sabia conclusión del doctor Londoño, y de la acertada premonición de De la Calle, ingenuos una vez más, tal vez por no cargar más con el San Benito de ser guerreristas y enemigos de la paz, se apresuraron a darle el soplo de vida al muñeco que no era sino eso,  un monigote inerte e inexistente.

Tampoco le creyeron a quienes, conocedores del talante del tahúr que cobra como Presidente de la República, los advertían del conejo inminente que les iba a poner a ellos y a todos los electores por el NO.

En estos últimos días, LA HORA DE LA VERDAD se ha dedicado a resaltar la actitud de desdén consuetudinaria de Santos y su régimen, frente a las mayorías del país nacional, y los conejeados notabilísimos a llorar el engaño sabido y anunciado.

Si hubiera habido sindéresis no habrían acudido a Palacio a recibir su dosis de trampa y fullería. ¡Eso querían, eso encontraron!

Lo lógico, lo normal, lo sensato hubiera sido reclamar el cumplimiento del querer popular expresado en las urnas, y demostrar que sí queremos la paz pero cimentada en la justicia y en la equidad.

Se han ocupado de lo accesorio y circunstancial. Que la reunión en Bogotá entre los comunistas del gobierno y los comunistas de las FARC será en la Quinta de Bolívar y, desde luego, ese sitio es venerable, porque allí vivieron el Libertador y su Liberadora momentos idílicos inolvidables. ¡Cómo profanar ese templo santo, donde cupido flechó al Padre de la Patria y a Manuelita! al tiempo que todos los días el dueño de la Barbería, sí irrespeta de verdad el nombre de Bolívar  equiparándolo con Santos, cuando lo señala como el sátrapa bolivariano.

El gobierno cambió el sitio de reunión de la Quinta de Bolívar al Teatro Colón, y el doctor Londoño se rasga las vestiduras porque allí fue laureado el poeta Rafael Pombo, el poeta de los niños, el de Simón el bobito y, desde luego, para él es templo máximo de la cultura colombiana.

¡Tremenda falacia es el Teatro Colón! Es una sala de espectáculos, de propiedad del Estado, a la que acude la heliotropía de la sociedad bogotana a solazarse y a recrearse, pagando boletas que solo ellos pueden cubrir.

El pueblo pueblo, los estratos 0, 1, 2, 3, nunca han acudido a una sola función a ese templo de la cultura.

No obstante, Timo y su gallada, los presuntos defensores de los desvalidos y de la pobrería colombiana, se van a sentar en la mesa de honor del escenario a donde el proletariado y los explotados jamás han tenido acceso. Todos, una manada de arribistas, pero como dijo Don Rafael el laureado: "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda". 

Lo que sí es sustancioso, carnudo, y puede tumbar al régimen, es la infiltración oficial a la campaña del doctor Oscar Iván Zuluaga, y a eso no le dan la importancia que merece, por estar buscando lo que no se les ha perdido.



domingo, 13 de noviembre de 2016




SOSIEGO Y TRANQUILIDAD

Por Peloecaña

Existe preocupación por el anuncio de la acogida de  un nuevo texto de los acuerdos de La Habana, impuesto por los paramilitares de las FARC a los representantes del régimen, aceptado por éstos como mera fórmula cosmética, pero dejando intacta la esencia de lo inicialmente implantado, y rechazado en las urnas.  

Se afirma que nos "conejiaron" ¡Eso no es novedad! Se sabía de antemano, porque los que aparecen como dueños de todos los votos que derrotaron al establecimiento en la consulta popular del plebiscito, después de haber matado el tigre se asustaron con el cuero.

Todos salieron el 3 de octubre pasado a proclamar que los acuerdos de La Habana eran  nonatos, habían fenecido antes del parto, a pesar de que los padres de la criatura habían celebrado su bautizo antes del aborto institucional.

No obstante, como querían liberarse del estigma de ser enemigos de la paz, se apresuraron a darle vida al feto, después de sepultado, y no tuvieron el tino de exigir que lo pertinente era un acuerdo nuevo, con la participación de todos los voceros del triunfo del NO en el plebiscito.

En términos de los jugadores de cartas, que domina el presidente, lo pertinente era barajar y repartir de  nuevo, pero no en una partida de póker sino en otra de tute.

Ahora, mi amigo, Álvaro Leyva Durán dice: "No nos digamos mentiras. El bloque de constitucionalidad no desaparece porque  alguien lo afirme.   El artículo 93 está vivito y coleando". 

Desde luego se refiere al artículo 93 de la Constitución Política de Colombia que me permito transcribir: "Art. 93. Los tratados y convenios internacionales ratificados por el Congreso, que reconocen los derechos humanos y que prohíben su limitación en los estados de excepción, prevalecen en el orden interno. Los deberes y derechos consagrados en esta Carta se interpretarán de conformidad con los tratados internacionales sobre los derechos humanos ratificados por Colombia".

El anterior artículo fue adicionado así, mediante el Acto Legislativo 02  de 2001: "El estado colombiano puede reconocer la jurisdicción de la Corte Penal Internacional en los términos previstos en el estatuto de Roma adoptado el 17 de julio de 1998 por la Conferencia de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas y, consecuentemente, ratificar este tratado de conformidad con el procedimiento establecido en esta Constitución".
"La admisión de un tratamiento diferente en materias sustanciales por parte del Estatuto de Roma con respecto a las garantías contenidas en la Constitución tendrá efectos exclusivamente dentro de la materia regulada en él". 

Entonces hay que aplicar, sin restricción alguna,  lo dispuesto en el artículo 93, invocado por el Dr. Leyva Durán, para ser coherentes con el mandato constitucional.

Si el Derecho Internacional Público, que aplica el Estado Colombiano, no ha cambiado, los Tratados Internacionales son contratos de Derecho Público inherentes a las relaciones internacionales, celebrados entre Estados.

Los Acuerdos o Convenios Internacionales, por decirlo de alguna manera, son "compromisos de honor", de orden jurídico internacional convenidos o acordados entre Estados, que pretenden aclarar o dilucidar diferencias surgidas de cuestiones o compromisos también internacionales.

La denominación de los Tratados Internacionales se equipara a los Acuerdos, cuando producen efectos jurídicos internacionales.

El Derecho Internacional clásico reconoció como sujetos únicos de tal Derecho, a los Estados.

Actualmente, los doctrinantes del Derecho Internacional Público han pretendido, con relativo éxito, ampliar el criterio clásico y han extendido la condición de sujetos de ese derecho, incluyendo a otros entes, como la Cruz Roja Internacional, la Soberana Iglesia Católica, la Soberana Orden Militar de Malta, los pueblos que luchan por su liberación, doctrina que no termina de ser de aceptación universal.

Si aceptamos la definición de Estado como una estructura jurídica y política que ejerce jurisdicción sobre un territorio determinado y sobre sus habitantes, encontraremos que los elementos de un Estado son: a) la existencia de un territorio determinado; b) la existencia de una población establecida en ese territorio; y c) la existencia de un poder institucional ejercido sobre ese territorio y la población asentada en él. 

Entonces,  la conclusión es bien fácil de sacar:

Los acuerdos de La Habana, impuestos unilateralmente por los paramilitares de las FARC y aceptados, ominosamente, por el Estado Colombiano no pueden tener jamás el rango de un Tratado Internacional o de un Acuerdo Internacional, pues las FARC no son un Estado; porque no tienen territorio determinado -hasta ahora lo pretenden-;  no tienen población determinada sometida a su poder, el de la intimidación, el sojuzgamiento, el de la violencia y el de las armas y que,  a pesar del culiprontismo del presidente Santos, jamás será institucional.

Tampoco las FARC son homologables a la Cruz Roja Internacional, aunque dicho organismo esté a su servicio; tampoco podrán homologarse con la Soberana Iglesia Católica, porque las FARC son  marxistas y para el marxismo la religión es el opio del pueblo; hoy es más pertinente  decir: la religión es la coca del pueblo; tampoco pueden tratarse como  los doctrinantes del Derecho Internacional Público tratan a la Soberana Orden Militar de Malta, porque las FARC, a pesar de ser paramilitares, odian a lo militares y dicha orden tiene la misma connotación religiosa que la Iglesia Católica.

Muchísimo menos las FARC son un pueblo que lucha por su liberación; por el contrario, Colombia es un pueblo que hace más de medio siglo lucha por liberase de ellas.

¡Tiene razón el Dr. Leyva! El artículo 93 de la Constitución está vivito y coleando, solo hay que aplicarlo.


jueves, 10 de noviembre de 2016






LA  GRAN  MENTIRA  DEL  MUNDO: LA DEMOCRACIA



Por Peloecaña

Los forjadores de opinión, los periodistas, comunicadores profesionales se masificaron, entronizaron su verdad, que es lo más parecido a su negación.

Los medios tradicionales, prensa hablada y escrita, perdieron su batalla y la perdieron con los otros comunicadores, usted y yo, lo que eufemísticamente llaman las redes sociales.

Los profesionales del periodismo, los que cobran por ejercerlo, se quedaron con su cacareada libertad de prensa y todos o casi todos cambiaron esa libertad por credibilidad, y se les está agotando, porque todo se acaba si únicamente se consume; o si no vean cómo se está agotando la mermelada, por su consumo abusivo, adictivo, y moneda de trueque.

Está bien que los periodistas de opinión tomen partido por lo que creen y consideran su verdad, casi siempre subjetiva, porque  la objetividad es vista como corrupción, como irrespeto a las opiniones de las todopoderosas minorías, hoy en cenit de su órbita y en el apogeo de su glorioso imperio.

La regla de oro de la democracia ya no es el respeto a las mayorías, eso es puro cuento para atropellar los derechos de los diferentes.

Hoy, quien tenga convicciones éticas y crea en la transcendencia de unos valores pasados de moda y obsoletos, está inevitablemente out.

Los que están a tono con los tiempos son quienes estigmatizan la mayoría vergonzante, heterosexual, por seguir siendo mayoría; quienes creen en el respeto a la vida, a la propiedad privada, a la honra ajena y propia, a la paz de verdad, a la justicia pronta y cumplida deben ser marginados y proscritos, no tienen cabida en la suma de individualidades que jamás constituyen sociedad, los convoca únicamente el saberse diferentes.

En las naciones, cada cierto tiempo, los ciudadanos deben escoger sus representantes y gobernantes, y la suma de minorías se convierte en montonera mayoritaria y opresora; para la muestra, el poder omnímodo ejercido en Colombia por los grupúsculos minoritarios aliados en torno a la batea de las prebendas y canonjías.

El más patético reflejo de lo que las minorías quieren es la reacción de los electores de Hillary Clinton que se niegan a aceptar el veredicto de los resultados electorales.

No se trata de admitir o no si Donald Trump era el mejor de los candidatos en contienda; el quid del asunto consiste en que hay unas reglas del juego, conocidas desde hace decenios, centurias, que dicen cómo se elije un presidente en la Unión Americana.

Todo está previsto y hasta ayer todo era respetado, desde la manera de escoger los candidatos de cada partido, de elegir el presidente de entre esos candidatos, de cómo funciona el sistema electoral y hasta el 8 de noviembre pasado el sistema señaló quien fue el triunfador de esa contienda.

Pero ayer los perdedores salieron a protestar, porque el régimen de mayorías funcionó en la democracia americana y las minorías perdieron.

En Colombia, con este régimen es diferente; está previsto que el régimen minoritario gobierne, bajo la apariencia de unas mayorías inexistentes.

El primer paso que debe dar el que tiene la sartén por el mango es eliminar contendientes, máxime cuando esos competidores tienen posibilidades ciertas de triunfar. 

¡Hay que eliminarlos como sea! Hasta ahora la moda es encarcelarlos o desterrarlos, con el apoyo de jueces venales y corruptos; pero para estar más seguros del triunfo de la minorías, se acude a otros expedientes, se infiltran las campañas de los adversarios, se compran literalmente los medios de comunicación para que sean obsecuentes servidores de esas causas oscuras y pestilentes. 

La fiscalía profiere acusaciones y formula cargos, sustentados en testimonios falsos, a sabiendas de esa circunstancia, para eliminar oponentes y allanar el camino de obstáculos incómodos.

El presidente, en un alarde desfachatez inaudito en plena plaza pública de Barranquilla, ejecuta todo el iter criminis para cometer delito contra el sufragio y hasta ahora no ha pasado absolutamente nada.

Contra toda previsión el régimen pierde el plebiscito y el pueblo decide que los acuerdos de La Habana no nacieron, no existen; sin embargo, son la plataforma de discusión aceptada por los más eminentes voceros del NO, triunfante en la consulta popular. ¿Cuál democracia, si la voluntad mayoritaria popular vale nada?

Los insurgentes paramilitares guerrilleros no llegan sumados todos a 10.000; no obstante el presidente y sus áulicos están sometiendo a esas ínfimas minorías a mas de 48.000.000 de colombianos. ¿Donde está  la democracia?

Hoy 11 de noviembre de 2016, conmemoración de la Independencia de Cartagena, les vaticino que el candidato de la oposición al régimen ganará las elecciones de 2018, pero las minorías perdedoras repetirán lo de ayer en los Estados Unidos de Norteamérica.