Por Peloecaña
Desde la noche del 2 de octubre, cuando se conocieron los
resultados oficiales de la votación del plebiscito y, sorpresivamente, triunfó
el NO, alborozados celebramos quienes nos sabíamos victoriosos.
El doctor Fernando Londoño Hoyos pregonó, hasta el
cansancio, que el resultado electoral significaba ni más ni menos la
inexistencia de los mal llamados diálogos de La Habana, que no habían
nacido, que fueron una mera pesadilla.
Antes, el jefe de la delegación oficial a La Habana,
doctor Humberto de la Calle Lombana, había sostenido lo mismo: si el plebiscito
no es ganancioso, los acuerdos con las FARC sucumben.
Los dirigentes de la oposición más visibles a esos
acuerdos, doctores Andrés Pastrana Arango, Álvaro Uribe Vélez y Alejandro
Ordóñez Maldonado, a pesar de la sabia conclusión del doctor Londoño, y de la
acertada premonición de De la Calle, ingenuos una vez más, tal vez por no
cargar más con el San Benito de ser guerreristas y enemigos de la paz, se
apresuraron a darle el soplo de vida al muñeco que no era sino eso, un monigote inerte e inexistente.
Tampoco le creyeron a quienes, conocedores del talante
del tahúr que cobra como Presidente de la República, los advertían del conejo
inminente que les iba a poner a ellos y a todos los electores por el NO.
En estos últimos días, LA HORA DE LA VERDAD se ha
dedicado a resaltar la actitud de desdén consuetudinaria de Santos y su
régimen, frente a las mayorías del país nacional, y los conejeados
notabilísimos a llorar el engaño sabido y anunciado.
Si hubiera habido sindéresis no habrían acudido a Palacio
a recibir su dosis de trampa y fullería. ¡Eso querían, eso encontraron!
Lo lógico, lo normal, lo sensato hubiera sido reclamar el
cumplimiento del querer popular expresado en las urnas, y demostrar que sí
queremos la paz pero cimentada en la justicia y en la equidad.
Se han ocupado de lo accesorio y circunstancial. Que la
reunión en Bogotá entre los comunistas del gobierno y los comunistas de las
FARC será en la Quinta de Bolívar y, desde luego, ese sitio es venerable,
porque allí vivieron el Libertador y su Liberadora momentos idílicos
inolvidables. ¡Cómo profanar ese templo santo, donde cupido flechó al Padre de
la Patria y a Manuelita! al tiempo que todos los días el dueño de la Barbería,
sí irrespeta de verdad el nombre de Bolívar equiparándolo con Santos,
cuando lo señala como el sátrapa
bolivariano.
El gobierno cambió el sitio de reunión de la Quinta de Bolívar
al Teatro Colón, y el doctor Londoño se rasga las vestiduras porque allí fue
laureado el poeta Rafael Pombo, el poeta de los niños, el de Simón el bobito y,
desde luego, para él es templo máximo de la cultura colombiana.
¡Tremenda falacia es el Teatro Colón! Es una sala de
espectáculos, de propiedad del Estado, a la que acude la heliotropía de la sociedad bogotana a solazarse y a recrearse,
pagando boletas que solo ellos pueden cubrir.
El pueblo pueblo, los estratos 0, 1, 2, 3, nunca han
acudido a una sola función a ese templo de la cultura.
No obstante, Timo y su gallada, los presuntos defensores
de los desvalidos y de la pobrería colombiana, se van a sentar en la mesa de
honor del escenario a donde el proletariado y los explotados jamás han tenido
acceso. Todos, una manada de arribistas, pero como dijo Don Rafael el laureado:
"Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".
Lo que sí es sustancioso, carnudo, y puede tumbar al
régimen, es la infiltración oficial a la campaña del doctor Oscar Iván Zuluaga,
y a eso no le dan la importancia que merece, por estar buscando lo que no se
les ha perdido.