LOS CORRUPTOS GUARDIANES DE LA MORAL PÚBLICA
Por Peloecaña
Lo que nos faltaba para seguir en el más
vergonzante hundimiento de la ética y las buenas costumbres, como si no hubiera
en el Parlamento colombiano gente decente y sin rabo de paja, que hiciera el
debate inevitable inquiriendo las explicaciones mínimas del Fiscal General de
la Nación por sus asesorías
prestadas al socio del consorcio de Odebrecht, en el contrato de la
construcción de la Ruta del Sol, Luis Carlos Sarmiento Angulo, con todos los
ingredientes repugnantes de su entorno, denunciados por el auditor de ese
contrato, señor Jorge Enrique Pizano.
Quienes nos consideramos fervientes devotos
de la historia, añoramos la presencia en sus páginas de los debates memorables,
como los adelantados por el Dr. Laureano Gómez, el Cancerbero de la Moral
Pública en los casos del romanismo, de la Handel, del crimen de la Magdalena,
de la trilladora Tolima.
También evocamos con admiración y respeto
los debates en el Congreso, en la plaza pública y en todos los foros de
opinión, del más prístino y virtuoso de la palabra, el leopardo Insigne,
Dr. Augusto Ramírez Moreno, adalid de la Patria cuando el gobierno Peruano
invadió tierra colombiana, cuyos discursos que pedían "Paz en el interior y Guerra en la
frontera", hicieron que el pueblo bogotano lo vitoreara y
llevara en hombros por la Calle Real de la capital, coreando: "Viva el gobernador de Lima".
Y también nos conmueven los discursos
de Luis Carlos Galán Sarmiento fustigando el narcotráfico, por lo que pagó con
su sacrificio, por instigación e inducción de connotados dirigentes de su
propio partido.
Y qué no decir de la pluma cervantina y el
verbo encendido del irreemplazable Álvaro Gómez Hurtado que, por su talante
digno e impoluto, pagó con su vida la audacia de reclamar la caída del régimen,
que nos condujo a la deshonrosa y afrentosa condición de ser sojuzgados por un
gobierno que el mundo calificó de narcodemocracia.
Y cuando ejerció el Ministerio Público un
jurista sabio y honesto, en defensa de la decencia, la Constitución y la ley,
el Dr. Alejandro Ordóñez Maldonado, en aplicación literal del canon
constitucional señalado en el artículo 277º, sancionó disciplinariamente al más
vergonzante de todos los alcaldes que en Bogotá han sido, desde su fundación el
6 de agosto de 1538 hasta nuestros días, y que la izquierda internacional, en
decisión amañada y con facultades que nunca nadie ha osado usurpar, la de ser
intérpretes de nuestra Carta Magna, decidió que el numeral 6º del articulo
citado, no era aplicable al alcalde guerrillero y corrupto, y el Consejo de
Estado de Colombia, cima de la jurisdicción contenciosa administrativa, resolvió
absolver al reo alcalde y, a contrapelo,
declarar nula la elección de su juez disciplinario, en sentencia que siempre
será vergüenza institucional.
Los medios de comunicación, voceros de los
adalides del libre examen, de la tolerancia ideológica y la libre determinación
de la persona, en alarde de inconsecuencia, y al no encontrar motivos
jurídicos, ni legales para estigmatizarlo, resolvieron como auténticos
torquemadas, condenarlo a la hoguera por los delitos de ser conservador y católico
ferviente.
Hoy, tres senadores, todos huérfanos de
autoridad moral, por sus ejecutorias, por su connivencia con sus copartidarios
delincuentes, sin rubor alguno y con un cinismo escatológico, asumen el
papel de Savonarola y, sin siquiera sonrojarse, encarnan el papel de jueces
éticos, en una parodia tragicómica, equivalente a colocar a la dueña de la casa
de citas, del prostíbulo, a cuidar la virtud de las doncellas.
Pasó el debate de los falsos catones y ante
la brillante defensa del fiscal, los corruptos por acción y por omisión, con el rabo entre las piernas,
se lamen las heridas como el “mísero can” de Anarkos del Maestro Guillermo
Valencia.
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