lunes, 8 de julio de 2019





EL  PARTO DE LOS MONTES Y EL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA

Por Peloecaña

Dejó Esopo, para siempre, en la historia de la humanidad muchas fábulas, todas con su moraleja; una de ellas es la de El parto de los montes.

Quienes se han dedicado a comentar y ampliar la brevísima lección han dado esta versión.

Según sus intérpretes, los esopólogos, esto fue lo que el fabulista griego quiso narrar:

La montaña quedó embarazada, nunca se supo de quien, ni de cuantos siglos fue su gestación; lo que si quedó registrado es lo siguiente: cuando llegó el momento del parto, la tierra tembló con intensidad sísmica altísima, con el inevitable movimiento telúrico; la tierra se abrió, llovió fuerte y largo; los bosques se revolcaron y árboles milenarios se descuajaron; cayeron rayos y centellas y el ruido de los truenos fue ensordecedor; los animales huyeron todos, despavoridos en estampida y, después de tan escandaloso presagio, hubo un momento de calma y la montaña parió un ratoncito, un mínimo chisgua. 

¡Tanta alharaca y tanto barullo para criatura tan minúscula!

Voy a intentar una similitud de tan rimbombante suceso con el proceso de paz en Colombia.

A diferencia del parto de los montes, la paz tan deseada sí tuvo progenitor, el sobrino de El tío, Juan Manuel Santos Calderón, y la montaña embarazada fue la guerrilla de las FARC.

Pero ese embarazo sí tuvo todas las atenciones y controles que una madre con embarazo de altísimo riesgo requería, y como aquí no había clínica para atender tan delicada preñez, se escogió la mejor clínica de obstetricia conocida en este hemisferio, la ciudad de La Habana, capital de la tierra de la paz universal.

Y se escogieron ginecólogos y obstetras de la mejor calidad: el padre putativo de la Constitución que nos regía hasta antes del parto; un general del Ejército, que siempre había tratado de darnos la paz cierta y duradera; el alto comisionado para la paz del régimen fue el anestesista del alumbramiento, y ese equipo de profesionales de la paz siempre encontró apoyo en enfermeros, teguas parteras y la madre embarazada, doña Guerrilla de las FARC delegó en lo más granado de sus hijos, la gravísima responsabilidad de concertar los últimos avances de la ciencia, para que su parto fuera indoloro, incoloro e insaboro.

El padre de la criatura merecía una exaltación por haber asumido el riesgo  de embarazar a tan esquiva señora, y lo honraron con el Premio Nobel de la Paz.

Como la tan ansiada y necesaria paz debía ser confirmada, con óleo y con crisma, Santos Calderón, el padre solícito, convocó a un plebiscito, como supremo acto de fe en  la legitimidad del nonato, y le preguntó a su grey: "¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?" 

Y el obispo, perdón el pueblo, se negó a administrar esa confirmación, y negó el nacimiento tan esperado; es decir, que contrario a la fabula de Esopo, la montaña no parió ni siquiera un ratoncito.

Quiero con estos versos de Félix María Samaniego, también fabulista, terminar esta Desiderata.

El parto de los montes

Con varios ademanes horrorosos/ los montes de parir dieron señales;/ consintieron los hombres temerosos/ ver nacer los abortos más fatales./
Después que con bramidos espantosos/ infundieron pavor a los mortales,/ estos montes que al mundo estremecieron,/ un ratoncillo fue lo que parieron.

Hay autores que en voces misteriosas/ estilo fanfarrón y campanudo/ nos anuncian ideas portentosas,/pero suele a menudo/ ser el  gran parto de su pensamiento,/ después de tanto ruido solo viento.


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