EL PARTO DE LOS MONTES Y EL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA
Por Peloecaña
Dejó Esopo, para siempre, en la historia de la humanidad muchas
fábulas, todas con su moraleja; una de ellas es la de El parto de los
montes.
Quienes se han dedicado a comentar y ampliar la brevísima lección han dado
esta versión.
Según sus intérpretes, los esopólogos, esto fue lo que el fabulista griego
quiso narrar:
La montaña quedó embarazada, nunca se supo de quien, ni de cuantos
siglos fue su gestación; lo que si quedó registrado es lo siguiente: cuando
llegó el momento del parto, la tierra tembló con intensidad sísmica altísima,
con el inevitable movimiento telúrico; la tierra se abrió, llovió fuerte y
largo; los bosques se revolcaron y árboles milenarios se descuajaron; cayeron
rayos y centellas y el ruido de los truenos fue ensordecedor; los animales
huyeron todos, despavoridos en estampida y, después de tan escandaloso
presagio, hubo un momento de calma y la montaña parió un ratoncito, un mínimo
chisgua.
¡Tanta alharaca y tanto barullo para criatura tan minúscula!
Voy a intentar una similitud de tan rimbombante suceso con el proceso de
paz en Colombia.
A diferencia del parto de los montes, la paz tan deseada sí tuvo
progenitor, el sobrino de El tío, Juan Manuel Santos Calderón, y la montaña
embarazada fue la guerrilla de las FARC.
Pero ese embarazo sí tuvo todas las atenciones y controles que una madre
con embarazo de altísimo riesgo requería, y como aquí no había clínica para
atender tan delicada preñez, se escogió la mejor clínica de obstetricia
conocida en este hemisferio, la ciudad de La Habana, capital de la tierra de la
paz universal.
Y se escogieron ginecólogos y obstetras de la mejor calidad: el padre
putativo de la Constitución que nos regía hasta antes del parto; un general del
Ejército, que siempre había tratado de darnos la paz cierta y duradera; el alto
comisionado para la paz del régimen fue el anestesista del alumbramiento, y ese
equipo de profesionales de la paz siempre encontró apoyo en enfermeros, teguas
parteras y la madre embarazada, doña Guerrilla de las FARC delegó en
lo más granado de sus hijos, la gravísima responsabilidad de concertar los
últimos avances de la ciencia, para que su parto fuera indoloro, incoloro e
insaboro.
El padre de la criatura merecía una exaltación por haber asumido
el riesgo de embarazar a tan esquiva señora, y lo honraron con el
Premio Nobel de la Paz.
Como la tan ansiada y necesaria paz debía ser confirmada, con óleo y con
crisma, Santos Calderón, el padre solícito, convocó a un plebiscito, como
supremo acto de fe en la legitimidad del nonato, y le preguntó a su grey:
"¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la
construcción de una paz estable y duradera?"
Y el obispo, perdón el pueblo, se negó a administrar esa confirmación, y negó
el nacimiento tan esperado; es decir, que contrario a la fabula de Esopo, la
montaña no parió ni siquiera un ratoncito.
Quiero con estos versos de Félix María Samaniego, también fabulista,
terminar esta Desiderata.
El parto de los montes
Con varios ademanes horrorosos/ los montes de parir dieron señales;/ consintieron
los hombres temerosos/ ver nacer los abortos más fatales./
Después que con bramidos espantosos/ infundieron pavor a los mortales,/ estos
montes que al mundo estremecieron,/ un ratoncillo fue lo que parieron.
Hay autores que en voces misteriosas/ estilo fanfarrón y campanudo/ nos
anuncian ideas portentosas,/pero suele a menudo/ ser el gran parto de su
pensamiento,/ después de tanto ruido solo viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario