EL PRECIO DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ
Por Peloecaña
Es iluso pretender que los premios y castigos se dan gratis; siempre
obedecen a un comportamiento propio o ajeno, generalmente singular.
Se accede al cielo premio para los creyentes que, según algunos
teólogos, consiste en gozar de la vista de Dios, gracias a la observancia
respetuosa del Decálogo que no es otra cosa que el cumplimiento del
Derecho Natural; o se llega al averno, que consiste en la ausencia de ese
goce que es, ni más ni menos, que el castigo por el comportamiento
contrario.
Se gana un campeonato de algo, por ser el primero en una justa adelantada
dentro del cumplimiento estricto de los cánones que regulan las
competiciones deportivas; o se saborea la hiel de la derrota por no tener los
méritos necesarios para llegar en el lugar de máximo privilegio.
Se está en la órbita de los países desarrollados porque pueblo y
gobernantes han logrado, gracias a su comportamiento social, el privilegio del
desarrollo; o nos mantenemos dentro de lo que, eufemísticamente, los entendidos han dado en llamar
tercer mundo, por necios, conformistas y, desde luego, por elegir por acción u
omisión los peores para que nos sojuzguen en vez de gobernarnos.
Pero en los Premios Nobel la decisión de otorgarlos no le hacen honor
a los merecimientos del favorecido, sino, muchas veces, a meras
conveniencias o a las intrigas de quienes son proclives a disfrutar
de honores que nunca han ganado, pero que los que tienen la sartén
por el mango escogen a dedo, más que para exaltarlos, para ridiculizarlos.
Como la paz es un concepto etéreo pero real, más del alma y del
espíritu, que de las calenturas o frialdades de Oslo, hay premios de premios.
¿Quién más merecedor de esa distinción que el Reverendo Martin Luther King?
y lo ganó a pulso; no necesitó festinar nada, sólo creer en la igualdad entre
los hombres, proclamarla y buscarla hasta el sacrificio de su propia vida.
Nunca se lo dieron a Mahatma Gandhi, jamás lo buscó, porque él era la
paz hecha persona; rebosaba en su alma y por su descomunal convicción pacifista
sacó a los invasores ingleses de su patria. ¿Quien osa compararlo
justamente, con cualquiera de los galardonados con esos alamares de hojalata?
También su amor a la paz le costó su vida.
La Madre Teresa de Calcuta fue exaltada a los altares, distinción más justa
que el otorgamiento del merecidísimo Nobel de la paz.
A Rigoberta Menchú la ornaron con la misma presea y aún resuenan en
el mundo las voces de inconformidad por ese otorgamiento, pero ella
no tuvo que entregar en jirones la dignidad de las etnias aborígenes de
Guatemala.
Don Oscar Arias recibió igual distinción y Costa Rica se mantuvo incólume.
Al Presidente Obama lo exaltaron antes de gobernar, tal vez por aquello de
homenajear al bien llamado Estado policía del mundo, a pesar de que la paz sigue
esquiva en el Medio Oriente y Alepo es vergüenza universal.
¡Cómo le ha costado a Colombia la satisfacción inconmensurable de la
vanidad insaciable del presidente Santos! ¡En
metálico y en deshonor!
¿Cuántos billones de pesos ha pagado Colombia sacrificando
el desarrollo y la
justicia social, para mantener el comité promotor de esa candidatura al
Nobel? ¿Cuál es el monto de la promoción publicitaria en los medios escritos y
electrónicos de ese antojo?
¿Cuánto recibieron las compañías petroleras noruegas, beneficiarias de la
exclusividad para explorar, buscar y explotar yacimientos
petrolíferos en la costa caribe colombiana, a cambio de tan ostensible afrenta
a la dignidad nacional?
Cuando a Menahem Begín y a Yasser Arafat Oslo les concedieron el Nobel de la
Paz había una justificación aparente por los esfuerzos de los dos, para
restañar unas diferencias milenarias entre los descendientes de Sara y
de Agar, todos vástagos del mismo padre.
Para Santos, consciente de haber pretendido entregarle a 5.000 guerrilleros
paramilitares de las FARC la patria, la nacionalidad y el país, a cambio de su
cacareado Nobel, fue tanta su mezquindad que se negó a compartir con alguien el
fementido honor; por eso las FARC ni siquiera fueron mencionadas en el pírrico
triunfo.
Ahí esta de cuerpo entero, pero ni siquiera sus compinches se refieren a
esa farsa del Nobel.
Para terminar, quiero dejar constancia del sentimiento de asco y de repulsa
que sentí leyendo la edición electrónica de El Tiempo, de hoy 10 de
diciembre de 2016.
Sus titulares, registrando el acontecimiento de la entrega del Nobel a Juan
Manuel Santos, sólo producen nauseas y conmiseración, porque antes que nada son
la demostración patética de los niveles de servilismo a los que ha descendido
el periodismo fletado colombiano y el dueño de ese diario. ¡"Ni tanto honor ni tanta indignidad"!
Todo lo que dice el Maestro Peloecaña, lo piensa y siente, aunque sin confesarlo, la inmensa mayoría del los colombianos. Destaco su bravo y breve comentario sobre el pasquín de la Casa Santos, vendido al mejor postor. Gracias, Maestro!
ResponderEliminarAsí es, el maestro siempre acertado y punzante.
EliminarPeloecaña interpreta a maravilla el pensamiento de millones en Colombia, lo sabe expresar, lo afirma con todas las letras, un ejemplo de lo que puede el perder el miedo a sostener nuestra verdad!
ResponderEliminarAmigo Pelo.....no olvidemos que el pasquin que mencionas es el alma de la familia de EL TIO...nada más servil y abyecto .El Borgia colombiano ha comprado ese premio de latón con sangre colombiana....arderá en los infiernos y le sabrá a hiel su vanidad.La justicia le llegará muy pronto.
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