sábado, 10 de diciembre de 2016




EL  PRECIO  DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ

Por Peloecaña

Es iluso pretender que los premios y castigos se dan gratis; siempre obedecen a un comportamiento propio o ajeno, generalmente singular.

Se accede al cielo premio para los creyentes  que, según algunos teólogos, consiste en gozar de la vista de Dios, gracias a la observancia respetuosa del Decálogo que no es otra cosa que el cumplimiento del Derecho Natural; o se llega al averno, que consiste en la ausencia de ese goce que es, ni más ni menos,  que el castigo por el comportamiento contrario.

Se gana un campeonato de algo, por ser el primero en una justa adelantada dentro del cumplimiento estricto de  los cánones que regulan las competiciones deportivas; o se saborea la hiel de la derrota por no tener los méritos necesarios para llegar en el lugar de máximo privilegio.

Se está en la órbita de los países desarrollados porque pueblo y gobernantes han logrado, gracias a su comportamiento social, el privilegio del desarrollo; o nos mantenemos dentro de lo que, eufemísticamente,  los entendidos  han dado en llamar tercer mundo, por necios, conformistas y, desde luego, por elegir por acción u omisión los peores para que nos sojuzguen en vez de gobernarnos.

Pero en  los Premios Nobel la decisión de otorgarlos no le hacen honor a los merecimientos del favorecido, sino, muchas veces,  a meras conveniencias o a las intrigas de quienes son proclives a disfrutar de honores que nunca han ganado, pero que los que tienen la sartén por el mango escogen a dedo, más que para exaltarlos, para ridiculizarlos.

Como la paz es un concepto etéreo pero real, más del alma y del espíritu, que de las calenturas o frialdades de Oslo, hay premios de premios.

¿Quién más merecedor de esa distinción que el Reverendo Martin Luther King? y lo ganó a pulso; no necesitó festinar nada, sólo creer en la igualdad entre los hombres, proclamarla y buscarla hasta el sacrificio de su propia vida.

Nunca se lo dieron a Mahatma Gandhi, jamás lo buscó, porque él era la paz hecha persona; rebosaba en su alma y por su descomunal convicción pacifista sacó a los invasores ingleses de su patria. ¿Quien osa compararlo justamente, con cualquiera de los galardonados con esos alamares de hojalata? También su amor a la paz le costó su vida.

La Madre Teresa de Calcuta fue exaltada a los altares, distinción más justa que el otorgamiento del merecidísimo Nobel de la paz.

A Rigoberta Menchú la ornaron con la  misma presea y aún resuenan en el mundo las voces de inconformidad  por ese otorgamiento, pero ella no tuvo que entregar en jirones la dignidad de las etnias aborígenes de Guatemala.

Don Oscar Arias recibió igual distinción y Costa Rica se mantuvo incólume.

Al Presidente Obama lo exaltaron antes de gobernar, tal vez por aquello de homenajear al bien llamado Estado policía del mundo, a pesar de que la paz sigue esquiva en el Medio Oriente y Alepo es vergüenza universal.

¡Cómo le ha costado a Colombia la satisfacción inconmensurable de la vanidad insaciable del presidente Santos! ¡En metálico y en deshonor!

¿Cuántos billones de pesos ha pagado Colombia sacrificando el  desarrollo y  la justicia social, para mantener el comité promotor de esa candidatura al Nobel? ¿Cuál es el monto de la promoción publicitaria en los medios escritos y electrónicos de ese antojo?

¿Cuánto recibieron las compañías petroleras noruegas, beneficiarias de la  exclusividad para explorar, buscar y explotar yacimientos petrolíferos en la costa caribe colombiana, a cambio de tan ostensible afrenta a la dignidad nacional?

Cuando a Menahem Begín y a Yasser Arafat Oslo les concedieron  el Nobel de la Paz había una justificación aparente por los esfuerzos  de los dos, para restañar unas diferencias milenarias entre los descendientes de Sara y de Agar, todos vástagos del mismo padre.

Para Santos, consciente de haber pretendido entregarle a 5.000 guerrilleros paramilitares de las FARC la patria, la nacionalidad y el país, a cambio de su cacareado Nobel, fue tanta su mezquindad que se negó a compartir con alguien el fementido honor; por eso las FARC ni siquiera fueron mencionadas en el pírrico triunfo.

Ahí esta de cuerpo entero, pero ni siquiera sus compinches se refieren a esa farsa del Nobel.

Para terminar, quiero dejar constancia del sentimiento de asco y de repulsa que sentí leyendo la  edición electrónica de El Tiempo, de hoy 10 de diciembre de 2016.

Sus titulares, registrando el acontecimiento de la entrega del Nobel a Juan Manuel Santos, sólo producen nauseas y conmiseración, porque antes que nada son la demostración patética de los niveles de servilismo a los que ha descendido el periodismo fletado colombiano y el dueño de ese diario. ¡"Ni tanto honor ni tanta indignidad"!

4 comentarios:

  1. Todo lo que dice el Maestro Peloecaña, lo piensa y siente, aunque sin confesarlo, la inmensa mayoría del los colombianos. Destaco su bravo y breve comentario sobre el pasquín de la Casa Santos, vendido al mejor postor. Gracias, Maestro!

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  2. Peloecaña interpreta a maravilla el pensamiento de millones en Colombia, lo sabe expresar, lo afirma con todas las letras, un ejemplo de lo que puede el perder el miedo a sostener nuestra verdad!

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  3. Amigo Pelo.....no olvidemos que el pasquin que mencionas es el alma de la familia de EL TIO...nada más servil y abyecto .El Borgia colombiano ha comprado ese premio de latón con sangre colombiana....arderá en los infiernos y le sabrá a hiel su vanidad.La justicia le llegará muy pronto.

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