EL TEMOR CERVAL A ENTREGAR EL PODER
Por Peloecaña
En los países que todavía tienen la opción de saberse y sentirse
democráticos de verdad, el cambio de gobierno es un suceso casi que
intrascendente, común y corriente, y el gobernante que cumplió en el tiempo su
mandato sabe que la historia es su juez última instancia; pero también es
plenamente consciente de que ha de responder por sus acciones y/o sus
omisiones, de manera ineludible, ante la opinión y ante la
institucionalidad.
En Iberoamérica, como desgraciadamente hay cosecha de gobernantes
corruptos o ineptos, otra modalidad de corrupción, esa especie se procura todo
un entramado de garantías antiéticas y amorales, con el fin de lograr
transitoriamente la égida de la impunidad.
La planeación que han debido practicar como herramienta positiva para
administrar y gobernar la ejercen, a ultranza, para su propio beneficio; son
maestros los mandatarios corruptos en consolidar toda una trinca, que funciona
como una maquinaria super eficiente y eficaz, que alinea los tres poderes del
Estado, en una sola fila, que implica unificar sus funciones a favor de
todos los corruptos, entonces lo primero a lograr es la eliminación de
la separación institucional de esos poderes y refundirlos en uno solo, el
del gobierno de turno, hegemónico, dictatorial y antijurídico.
Eso se consigue con relativa facilidad. Se empieza por permitir el acceso a
la judicatura y a la política a jueces incapaces y venales, y al congreso a los
más indignos y los más comprables; los jueces y congresistas sabios y
probos son flores exóticas, por eso los entendidos y honestos brillan con luz
propia y se destacan en ese mar de medianías, como faros esperanzadores, que nos
permiten la esperanza sustentada en la fe y en el amor añejos pero nunca caducos
valores de la sociedad y de la nacionalidad.
Pues bien, quienes llegaron al poder para sojuzgar a los asociados y a
saquear el erario, saben que deben perpetuarse en el poder, porque el rendimiento
de cuentas no es con ellos.
Por eso los más de cincuenta años de la dictadura cubana, de la presencia
de Chávez y Maduro en Miraflores, de Ortega en Nicaragua, y de Santos y las
FARC en Colombia.
No nos confiemos de que en el 2018 habrá elecciones en nuestra Patria
dolorida y dolida. Santos sabe que en un debate limpio y pulcro, virtudes
de las que siempre ha sido huérfano, el riesgo de tener que rendir cuentas
institucionalmente, por todas sus felonías y desafueros es casi inevitable.
Eso nos lleva a desconfiar del régimen, porque no cesa de dar muestras del
temor cerval que le asiste, de rendir cuentas.
Un congreso mayoritario, al servicio de la permanente violación de la
Constitución y de la ley y de la institucionalidad;
una rama judicial cuya única meta es desadministrar
justicia a favor del establecimiento; unos gremios que renunciaron a su
dignidad y a su derecho a crecer y hacer posible el bien común; una prensa
que aceptó darle vigencia al decir de Barbey D´aurevilly: "Los periódicos que
deberían ser educadores del público, son sus cortesanos, cuando no sus
rameras" son el semáforo en rojo que nos advierte del peligro de
seguir confiados e indiferentes.
El régimen ha aprobado con calificaciones sobresalientes su falta de
escrúpulos, cuando se trata de eliminar contradictores y voces de alarma; la
lista es abundante y notoria: Andrés Felipe Arias Leiva, Luis Alfredo Ramos
Botero, Oscar Iván Zuluaga y, seguramente están en capilla, todos los
ciudadanos que hipotética o realmente signifiquen una alternativa decente
de poder y una voz erguida y autorizada que exija cuentas.
He venido reclamando hace años la necesidad inaplazable de consolidar ya
una alianza por Colombia. Por eso registro complacido, que destacados voceros
de la opinión nacional empiecen a ser conscientes de la urgente necesidad de
esa alianza.
Ningún partido político, por prestante que sea, ni ningún líder nacional,
por encumbrado que sea, puede pretender en solitario, acometer la empresa del
cambio que Colombia reclama y necesita, es imprescindible la asociación sólida
e indisoluble, para lograr tan laudable propósito.
Los nombres que se pongan sobre el tapete, para tan altísimo y gravísimo
honor y onerosa aspiración, deben se calificados, supercalificados, no tener
rabo de paja, ser estadistas de verdad y colombianos integérrimos, y todos los
que acepten competir por esa responsabilidad deben previamente asumir el
compromiso de aceptar al candidato que resulte escogido y trabajar
todos en procura del triunfo de Colombia. Esto es, sin duda, un hermoso y
obligante propósito nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario