EL ATENTADO AL DR. FERNANDO LONDOÑO HOYOS
Por Peloecaña
Hoy hace seis años, la guerrilla de las FARC, estimulada por sus amigos,
cometió el más infame y condenable hecho criminal: atentar contra la vida de un
colombiano egregio, valeroso hasta lo indecible y cuando quiere, faro y
guía de la gente decente de este país.
Las circunstancias de alevosía e insania hicieron saltar todos
los timbres de la solidaridad humana, cristiana y patriótica, en torno
a este hombre, por mil títulos valioso, eximio y ejemplar.
No hubo un solo colombiano de bien que no repudiara ese hecho criminal y
condenable como el que más. No hubo un solo colombiano creyente que no elevara
preces al Creador, para que la vida del patriota no fuera cegada, y para que el
dador y Señor de vida lo mantuviera entre nosotros, recuperado, para seguir en
la lucha contra la ignominia y a favor de una Colombia mejor.
Y nuestras súplicas fueron oídas y la patria alborozada, hoy registra
que el Dr. Londoño siga entre nosotros vivito y coleando.
Pero él, en su egolatría hipertrofiada, insiste en quitarle su real
significado a la intervención Divina, que lo mantiene superviviente.
Cristo, el Divino Maestro, el Mártir del Gólgota padeció su pasión y
muerte, el jueves y viernes santos de su tragedia salvadora, y los
evangelistas la reseñaron para la posteridad, y la Iglesia Católica
exaltó a su condición de epopeya excepcional, y cada año, durante la Semana
Mayor, conmemoramos su muerte y resurrección.
Pero el Luzbel manizalita pretende, en un arrebato de grandeza, minimizar
la pasión de Cristo, al lado de su atentado nunca aceptable.
Entonces, ha decidido que una semana al año es insuficiente para
recordar la injusticia de Pilatos, Anás y Caifás, Barrabás y Gestas y, en
consecuencia, nos recuerda todos los días, al desayuno, al almuerzo y a la
cena, que su sacrificio es más notable y contundente que el de el Dios
humanado.
Dr. Londoño, usted está logrando lo imposible, que le echemos tierra a su
dolor, por el uso abusivo del estímulo a la memoria colectiva.
Quienes lo queremos de verdad, no necesitamos de su recorderis perenne. Su
atentado criminal y artero siempre será rechazado por todos. Por favor, no
cambie nuestro sentimiento de solidaridad y afecto.
Usted se ufana de que la bomba lapa que pusieron en su vehículo fue la
primera utilizada en Colombia y la única, que se sepa, hasta el momento.
Ante la magnitud del desatino, esa circunstancia es irrelevante.
¿Acaso los evangelistas cometieron una gravísima omisión al no señalar el
nombre de la madera en la que fue hecha la cruz patibularia en la que
murió Cristo?
También se queja el Dr. Londoño del abandono en que están las viudas e
hijos de sus abnegados escoltas muertos en el atentado. Pero eso tiene
solución; usted es un ferviente católico como nos lo recuerda
permanentemente, y un hombre adinerado y desprendido; no siga esperando la
acción del Estado, el movimiento se demuestra andando. Asuma usted, en gesto de
gratitud, que lo enaltecerá, la responsabilidad de la incuria estatal y
asista a las viudas y huérfanos.
Tanta cantaleta y tanta alharaca no produce sino un solo efecto, el que
motiva este escrito, que seguramente comparten muchos más, pero que, mas prudentes que yo, guardan silencio.
Dijo el Libertador Simón Bolívar: "Nadie
puede hablar de si, sin degradar un poco su mérito".
El Dr. Álvaro Uribe Vélez ha sido objeto de muchos atentados y nunca lo
hemos oído referirse a ellos.
Al Dr. Álvaro Gómez Hurtado lo asesinaron y con su magnicidio asesinaron
las ilusiones de Colombia, y nunca hemos oído la reiteración delirante de sus
reclamos, ni de sus consanguíneos ni de los más cercanos a su entorno.
Al Dr. Argelino Durán Quintero, también colombiano insigne y benemérito, lo
asesinó la guerrilla y ni de su existencia, ni de su sacrificio nadie
tiene memoria.
¿Acaso pretende el Dr. Londoño que se repita la historia dolorosa del
9 de abril; que de los faroles de la Plaza de Bolívar cuelguen los cuerpos del
Presidente Santos, de su hermano Enrique y del General Naranjo, al lado del de
el Paisa y los ejecutores de su funesto atentado?
Dr. Londoño, recapacite y entienda que a pesar de ser dueño de su propio
destino, usted no puede dilapidar su bien ganado prestigio.
¡Ni tanto honor, ni tanta indignidad!
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