LA COMISIÓN DE LA VERDAD
Por Peloecaña
Aunque ya son varios respetables
orientadores y columnistas de amplísima credibilidad y solvencia intelectual y
moral, reconocidas, que han tocado el tema, quiero,
también, referirme a él, a través de un modesto comentario.
Es ineludible abocar el asunto, empezando
por tratar de emitir algunos conceptos relativos al valor LA VERDAD.
Pretender intentar, siquiera, una
definición dogmática de la verdad, es cuando menos una necedad y, desde
luego, un error, que fácilmente se convertiría en la antítesis de ese concepto,
la mentira.
Quero limitarme a citar dos frases; la
primera de las cuales la he convertido en una norma de conducta y un himno,
para realzar esta categoría esencial y simple.
Los cronistas le han atribuido al filósofo
y matemático francés Blaise Pascal, este aserto: "La verdad está tan obnubilada, y la mentira tan sentada, que a
menos de amar siempre la verdad es imposible conocerla".
La otra se la endilgan a Lenin, y dice: "Una
mentira repetida muchas veces, se convierte en una gran verdad".
Por el conocimiento histórico del
personaje, y por su comportamiento público, hay que admitir que él pudo haber
sostenido ese cínico enunciado, y que sus áulicos lo han seguido literalmente y
sin análisis y, mucho menos, sin controversia ni discusión. A los marxistas
leninistas les está prohibido disentir.
Dicho lo dicho, entonces podemos afirmar,
con certeza, que lo que pretenden los integrantes de la Comisión de la
Verdad, dada su homogeneidad ideológica, es volver verdadera la
mentira de su arquetipo y patrón, Vladimir Ilich Ulianov.
La Comisión que preside un sacerdote jesuita,
que bien pudiera ser guadalupano, que predica pero que no aplica,
por beber en las fuentes de la Teología de la Liberación, de clara tendencia
marxista leninista y que, a pesar de tanta acrobacia intelectual y moral, a
nadie convence de que se puede ser religioso, porque sus guías
filosóficos sostienen que la religión es el opio del pueblo, afirmación que,
desde luego, nunca hubiera compartido Iñigo López de Recalde, San Ignacio de
Loyola, y, no obstante, que dice ese jesuita que cree en Dios a pesar
del ateísmo de sus guías políticos, ese engendro mal llamado comisión, no
puede ser sino el summum de la abolición de la verdad y la quintaesencia de la
mentira.
Pero todo tiene su lógica: dentro de los no
natos acuerdos de la Habana se había previsto el funcionamiento de
una serie de hipotéticos instrumentos que permitieran la impunidad plena de
todas las acciones de las FARC, dentro
de ese andamiaje de mentiras, el espinazo era bífido, lo constituían la JEP y
la Comisión de la Verdad y es ahí cuando adquiere vigencia apabullante la
sentencia de Pascal ya citada.
Es imposible pretender que de una suma de
mentirosos pueda gestarse creatura alguna, con el más mínimo tinte de
verdad; la mentira solo engendra mentiras.
El Presidente Santos y las FARC solo pueden
concebir lo que han concebido; ellos y la guerrilla empoderada que se
sentó y pareó en Cuba con unos manumisos de los dos, pueden sentirse orgullosos
y satisfechos de su engendro antinatural y monstruoso, un ente de dos cabezas,
una que compila las pruebas, la comisión que preside el curita de marras, y un
cuerpo judicial, la JEP, que las recibe, analiza y valora y dicta sentencia sin
la venda de Temis, sin su balanza, y con una espada predirigida, según la
coincidencia ideológica o no con sus procesados, y que se
mantiene estática o decapita por cuestiones de mera afinidad o no;
por militancia política.
Muy buen artículo. Con un engendro como el curita de "marras" como le dice usted a mi lo que más me duele es el silencio cómplice de Roma. Hay que hacer un esfuerzo de fe muy grande para no salir huyendo de la Iglesia católica. ¿Cuándo le callarán la boca ese curita miserable de apellido extranjero Lerouge o cómo sea?
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