LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN COMO BANDERA
ELECTORAL
Por Peloecaña
Ahora que el país se ahoga en el detritus
de la corrupción rampante y que la purulencia moral del ejercicio del poder
nos llena de hastío y repugnancia a todos los colombianos decentes,
que podemos ser carne de urna electoral, nos falta otra muestra de esa
corrupción.
La senadora Claudia López, consciente del
filón abundantísimo que esa bandera electoral encierra, no duda en pretender
ser la portaestandarte de tan encomiable lucha; la de la pelea
contra todos los corruptos, corruptores y contra la corrupción
general que nos apena.
Esa causa no puede ser bandera de un
solo partido, debe ser un propósito nacional y a ella debemos unirnos
todos, sin distingo de "sexo,
raza, origen nacional o familiar, lengua o religión, opinión política o
religiosa".
Para liderar esa convocatoria se requiere
credibilidad plena y coherencia entre la prédica y la acción. No se valen
ni el eclecticismo, ni el silencio cómplice y oportunista, ni la censura
fácil contra quienes institucionalmente han combatido ese flagelo tan
doloroso y dañino, el de la corrupción.
Porque los corruptos se afilian
a todos los partidos y patrocinan la corrupción venga de donde venga, esté
donde esté y porque en Colombia esa endemia necesita tratamiento curativo de
choque y el medicamento que la cura no es monopolio de ningún laboratorio
ético, es por lo que también es corrupción pretender apropiarse de su remedio
por mero oportunismo electoral.
Si la corrupción ni los corruptos tienen
partido, su eliminación debe hacerse a nombre de todas las personas de bien.
Quienes a sabiendas han guardado silencio
ante los corruptos de todos los tiempos, por solidaridad partidista, desde
siempre están descalificados para enarbolar las banderas de la moral pública y
la ética necesarias para manejar los asuntos del Estado.
Quienes han desenvainado sus espadas y
blandido sus machetes, para zaherir y vejar a quienes en cumplimiento del
ejercicio de sus funciones institucionales deben combatir la corrupción, los corruptos y los
corruptores, por ser sus circunstanciales antagonistas, por sus creencias
religiosas y políticas o prácticas diferentes, pierden toda solvencia moral
para convocar esta cruzada.
La mermelada es corrupción, quien la ofrece
y reparte a granel es corruptor y quien la acepta es corrupto hasta la médula.
La honestidad pública y privada es como la virginidad, se tiene o no
se tiene y una vez perdida es irrecuperable.
La clase política corrupta es corruptora
por antonomasia, decide por su cuenta y riesgo ser corruptible y ha dado
al traste con el ejercicio del poder y con la descentralización regional y
local.
Esa misma clase ha prostituido la por
esencia limpia opción de contratar el desarrollo del país, porque
ha institucionalizado la perniciosa práctica de que que sean los
contratistas con el Estado los financiadores de las elecciones nacionales,
departamentales y municipales.
Ese chantaje que tienen que pagar los
contratistas los acostumbró a delinquir y hace que el desarrollo nacional sea
mas costoso y de menos calidad, en detrimento de todos los asociados.
Casi todos los contratistas con el Estado se han convertido en auténticas
mafias de chupasangre del erario y de las necesidades de la comunidad, desde
luego tan nocivas como el narcotráfico y la delincuencia organizada; claro
que forman parte de ella.
Ese es, ni más ni menos, el reto
que tenemos que afrontar todos, sin el exclusivismo que pretende la senadora
del Partido Verde, para la izquierda colombiana corrupta como los últimos
alcaldes de Bogotá y como los guerrilleros paramilitares de todas las
denominaciones.
¡Pueblo de Colombia, levántate y anda!
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