martes, 3 de enero de 2017




PARA  VIVIR  DIGNAMENTE  HAY  QUE  SER  DE  LAS  FARC

Por Peloecaña

Oyendo y leyendo hoy las noticias relacionadas con las aspiraciones de los guerrilleros de las FARC, parte  esencial del pacto bilateral  Santos- Timochenko, me estremeció la conclusión a la que llegué, después de enterarme de su contenido, y al descubrir que a eso le corresponde anhelar cualquier familia colombiana de escasos recursos, que reclame vivir dignamente.

Pero lo asombroso e inadmisible es que para pretender ser sujeto de ese reconocimiento a la dignidad de personas humanas, la mayoría de los pobres de mi país tengan que resignarse  a vivir esa ilusión como una quimera inalcanzable, porque, según este gobierno, para acceder al logro de esa ambición hay que acreditar indefectiblemente la condición de guerrillero de las FARC; ni siquiera  los demás insurgentes  están en esa posibilidad y, desde luego, quienes han decidido vivir pobres pero honrados no tienen alternativa; su única realidad es seguir sumidos en la indigencia y perteneciendo al altísimo porcentaje de colombianos excluidos de los más elementales derechos humanos, discriminados y marginados sociales.   

Si los corruptos no cupieran en nuestra sociedad y fueran rechazados frontal y valerosamente por los que tienen la sartén por el mango, legisladores, administradores y jueces en el sector público y empresarios, patronos y trabajadores, educadores y gremios, iglesias y feligresías de todas las creencias, ateos y agnósticos, obispos y pastores, académicos y analfabetas, periodistas y comunicadores, militantes de los partidos y escépticos y optimistas, otro gallo nos cantaría. 

Vade retro politiqueros, lideres sindicales defensores de ideologías que se nutren de explotar la lucha de clases y el resentimiento social, maestros deseducadores, jueces prepagos, prevaricadores  e ignorantes de la ley, gremios que defienden sus intereses mezquinos como auténticas sanguijuelas del erario y verdaderos chupasangre de los más anémicos, comunicadores que incomunican y desinforman y que también abrevan  en la misma pila saturada de recursos oficiales.  

¡Qué ceguera! ¡qué ausencia total de propósitos decentes! ¡qué individualismo rampante! ¡qué  inopia de imaginación que encierran los famoso Acuerdos de La Habana! ¡qué falta de visión de patria! ¡que indiferencia social tan pavorosa!

Perdieron el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC la verdadera oportunidad de hacer historia sólida y grande. ¡Qué enanismo moral e intelectual!

Emplearon más de cuatro años para pactar la consolidación del narcotráfico, la continuación de la minería ilegal, la desmembración de las familias campesinas de Colombia, la fementida igualdad de género, el premio a los depredadores del Derecho internacional Humanitario, de los recursos naturales no renovables, de la infraestructura vial y eléctrica del país, y la impunidad rampante para todos los miembros de esa guerrilla.

Y el congreso entregó su dignidad, a cambio de un plato de lentejas y la Constitución y la Ley se convirtieron en Derecho de Pernada del osado tahúr que siempre dispuso como le dio la gana de valores éticos, como la lealtad, la juridicidad y la institucionalidad, a cambio de la satisfacción morbosa de hacer trampas.

Y la justicia ultrajó su alegoría y convirtió a Temis en yunque y martillo para golpear a quienes osaran reclamar que no se quitara la venda, que el fiel de su balanza fuera eso, esencialmente fiel, y  que su espada justiciera no fuera blandida contra toda la sociedad, inerme y absorta.

Para no seguir sintiendo vergüenza de nosotros mismos, debemos elegir los mejores legisladores de todo el cuerpo social de la República, el más probo y sabio de los gobernantes, para que de consuno nos convoquen a todos a efectuar los cambios institucionales que el país reclama con urgencia inaplazable.

Si esto no somos capaces de hacerlo, estaremos demostrando que lo que tenemos nos lo merecemos con creces y, entonces, no tendremos razón para admirarnos del costo económico  personal de mantener un guerrillero.

¡Todos tenemos la palabra! El que tenga algo que decir que hable ahora o calle para siempre.


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