EL SAINETE DE LA DESIGNACION DEL FISCAL. Segundo acto.
Por Peloecaña
Puso el Presidente de la República el punto bien alto como paradigma de
burla a la opinión, a los juristas y a la Constitución, al inventarse la
apertura de inscripción para quienes ilusos querían aspirar a la terna que el
primer mandatario debía presentar a la Corte Suprema de Justicia, para que la
corporación judicial escogiera el Fiscal General de la Nación.
Como de lo que se trata en este régimen farandulero y espectacular es establecer
cómo las lentejuelas y alamares brillan más en el traje de luces que la
hondura, profundidad, valor y arrojo de los toreros, la Corte Suprema se ha
inventado una ceremonia más para el paseillo.
Los integrantes de la terna mixta de diestrísimos maestros, antes de acudir
a la barrera a entregar sus capotes de paseo y al palco de la presidencia a desmonterarse y
hacer la venia de rigor, deben pasar por las cámaras de la televisión para que
la asistencia a los tendidos los oiga uno por uno y, en un plazo irrevocable de
15 minutos, hablar de cómo van a desarrollar la faena de la corrida.
Por extraña coincidencia, cada faena taurina dura aproximadamente el
mismo tiempo y a veces el torero, al final de la corrida, sale en
hombros o en medio de una ensordecedora silbatina, cuando no le devuelven el
toro vivo a los corrales, por haberse espantado y dado un petardo monumental.
Dice el artículo 249º de la Constitución Política que el Fiscal General de
la Nación será elegido por la Corte Suprema de Justicia, de terna enviada por
el Presidente de la República, pero no establece la norma cómo se escoge la
terna en mención.
Parece que el Presidente, en una declaratoria pública de imbecilidad a
todos los colombianos, asumió motu
proprio que para que la corrida fuera mas expectante había que conformar el
cartel, convocando a todos los maletillas y novilleros simultáneamente con los
diestros más conocidos y mejores lidiadores que, desde luego, ya habían sido
contratados previamente y en silencio.
Sin embargo, los apoderados de uno de los diestros de más postín, como
tenían el antecedente de la venta de Isagen, fueron a nominar su poderdante,
como único matador, a sabiendas de la catadura de tahúr del que siempre juega
con las cartas marcadas. Creyeron que la subasta, perdón, la terna debía ser
solamente de uno.
Pero, ¡oh marrulla! la voluntad de tan connotados apoderados fue ignorada y
el matador lidiador de mil corridas quedó fuera del cartel.
¡Quien dijo miedo! Como desconocieron nuestro pupilo, todas la cuadrillas y
ganaderías y representadas por nosotros, dueños de la fiesta brava, serán
retirados del espectáculo.
Puesto el conejo por el Presidente, las autoridades de la plaza que han de
definir el ganador del trofeo de la feria, lo mismo que con la inscripción de
aspirantes a fiscal, para hacer más apetecible el espectáculo deciden que todos
los ternados han de defender su prestancia, en interrogatorio público,
trasmitido por la televisión oficial, en menos de lo que dura la suerte de capa, el tercio de varas y la faena de muleta
y, desde luego, la suerte suprema, o sea las sentencias condenatorias o
absolutorias que serán proferidas según la divisa a que pertenezca el toro en
turno. Mas que la calidad de la faena, la muerte o el indulto están
indisolublemente ligados a la ganadería.
No tengo duda de la prestancia personal y profesional de los ternados por
el Presidente; ellos, por autoestima y por la valía que ostentan, no han
de prestarse al espectáculo televisivo al que la honorable Corte Suprema de
Justicia los quiere someter.
Definitivamente, para los Magistrados, la justicia sigue siendo un
espectáculo circense.
Si el artículo constitucional citado reza, refiriéndose a las calidades que
el Fiscal General de la Nación debe cumplir: "Debe reunir las mismas calidades exigidas para ser magistrado de la
Corte Suprema de Justicia", es de perogrullo que merece el mismo
tratamiento respetuoso que los honorables Magistrados.
¿Por qué serían tan necios los Constituyentes de 1991 que olvidaron señalar
que la configuración de la terna que nos ocupa debía ser escogida por el
Presidente, previa convocatoria multitudinaria a inscripción de los aspirantes
a figurar en ella, y que una vez presentada a consideración de la Corte la
elección debía estar sometida al juicio popular, después de que los ternados
hubieran posado intelectualmente, por lo menos, durante 15 minutos ante las cámaras
de la televisión?
¡Ni tanto honor ni tanta indignidad!