LA HISTORIA SE REPITE
Por Peloecaña
Siempre he combatido de manera implacable a quienes se atribuyen la
investidura de notarios de la historia, para escribir de manera aberrantemente
subjetiva, mentirosa y tendenciosa, en ofrenda al tótem del culto a la
mentira, como todos los que afirman sin el más leve asomo de vergüenza y sin
rubor alguno y, lo que es peor, sin sustento probatorio, que han descubierto
las causas de la violencia en Colombia.
Para esos prohombres de la ciencia de divulgar la verdad de los hechos,
fueron la Iglesia Católica, el Dr. Laureano Gómez Castro y el Partido
Conservador los generadores y ejecutores de la violencia nacional. ¡Que
abundancia de escasez! como dijera Montecristo, el genial humorista
antioqueño.
Para no caer en lo que tan inexorablemente he criticado, voy a despojarme
de mis afectos e inclinaciones partidista, para narrar hechos que son de
dominio público, sucedidos en distintas épocas de la historia patria.
En el año de 1930, el Partido Conservador dividido enfrentó su aspiración
hegemónica de continuar en el poder, al liberalismo unido y cansado de la
permanencia ininterrumpida durante todo el siglo XX, de los gobiernos del
Partido de Caro y Ospina.
Los candidatos del establecimiento fueron el General Alfredo Vásquez Cobo y
el Maestro Guillermo Valencia, y por el Partido Liberal fue candidato único el
Dr. Enrique Olaya Herrera.
Sucedió lo inevitable; la unidad se impuso frente a la división y accedió
al gobierno el liberalismo.
Después de 16 años de hegemonía liberal, el partido de gobierno se dividió
y llegó nuevamente al poder el conservatismo, presidido por el Dr. Mariano
Ospina Pérez, siendo sus oponentes electorales el Dr. Gabriel Turbay, como
candidato oficial del partido gobernante, y el caudillo popular, Jorge Eliécer
Gaitán, candidato disidente del mismo partido.
Se repitió la historia; la división cayó ante la unidad.
Vino la celebración de la IX Conferencia Panamericana, en Bogotá, reunión
fundadora de la OEA, y el certamen continental fue la mejor coyuntura para
producir el caos y casi la disolución de la República, ante el asesinato del
caudillo liberal.
Algunos voceros autorizados del partido derrotado se tomaron por asalto la
Radio Difusora Nacional y se dedicaron a hurgar la llaga del pueblo adolorido y
a exacerbar los ánimos y a instigar la violencia, que cubrió de sangre hermana
a toda la geografía nacional.
A pesar de que el presidente Ospina había instaurado la unidad nacional y
gobernaba con los más selectos hombres del partido derrotado, ante la
confusión y el desorden desatados por las arengas incendiarias de connotados
jefes del liberalismo, la Dirección Nacional Liberal encabezada por los
doctores Darío Echandía, Ministro de Gobierno de entonces, Carlos Lleras
Restrepo y Plinio Mendoza Neira, entre otros, al ver los desmanes que sus
copartidarios habían provocado, acudieron presurosos a palacio, no a respaldar
al gobierno del que hacían parte, sino a protocolizar la renuncia de sus
copartidarios al gabinete y a pedir la renuncia del jefe del Gobierno, y se
ofrecieron como sacrificados colombianos, únicos capaces de restaurar la calma
y el orden público.
Nunca creyeron que al frente del gobierno estaba un Presidente valeroso y
enhiesto, que prefirió soportar los embates de la turba estimulada por el
fanatismo y la pasión, y cuando respondió a las pretensiones de sus visitantes
redentores, con frase memorable: "Para
la democracia colombiana vale más un Presidente muerto que un Presidente
fugitivo", no les quedó más que retirarse sin la cuota de poder
que ostentaban, y como se dice, con el rabo entre la piernas.
Después vino la más feroz oposición desde el Congreso y desde todas las
columnas de toda la prensa liberal, encabezada desde Bogotá, por El Tiempo y El
Espectador.
Los medios de la oposición propalaron la versión jamás probada, que el
conservatismo y sus jefes habían sido los mentores y ejecutores del crimen de
Gaitán y que el gobierno de entonces era el padre legítimo de la violencia que
desangró y enlutó la tierra de todos.
Un destacado jefe conservador fue el único en definir de manera certera y
plena las causa de todos los desmanes; el Dr. José Antonio Montalvo dijo. "La violencia se desató porque a partir
del siete de agosto de 1946, los liberales creyeron que no habían perdido nada
y los conservadores creímos que lo habíamos ganado todo".
Pasadas mas de dos décadas de barbarie y vergüenza, los doctores Laureano
Gómez y Alberto Lleras, jefes de las huestes en contienda, pactaron el Frente
Nacional, que morigeró la guerra, restañó las heridas y sosegó los ánimos
belicistas.
Años más tarde, los contendientes no fueron los de la enseña azul y el pabellón
rojo; el país fue dividido entre explotados, el pueblo trabajador, y los
explotadores, los liberales y los conservadores.
Un gobernante que decía ser conservador, con el cuentico de la paz,
amnistió a la guerrilla del M19, y ese colectivo, inicialmente fundado por
viejos conservadores que se decían víctimas del robo de las elecciones a la
capitana, la misma de Sendas y madre del más pulcro y honesto de todos los
gobernantes que ha tenido la Capital de la República, se tomó el Palacio de
Justicia, a nombre de la pobrería, pero fletado por los carteles de la droga y
asesinó a buena parte de la Magistratura Colombiana.
Igual que en los tiempos del 9 de abril de 1948, al presidente lo iban a
juzgar, condenar y fusilar los jueces revolucionarios que habían irrumpido a la
política robándose la espada de Bolívar y asaltando el Cantón Norte del ejército
colombiano, para sustraer las armas que allí había en abundancia.
El Presidente de la Honorable Corte Suprema de Justicia se desmoronó
literalmente y cual plañidera pedía la entrega a la subversión de la institucionalidad,
a cambio de renunciar a su martirologio y sobrevivir.
Pero el gobierno ordenó la recuperación del Palacio asaltado y fueron
militares gallardos, valerosos y altivos, quienes lo recuperaron, a costa del
sacrificio de muchos inocentes, porque para la democracia colombiana valió
siempre más un ejército adolorido que un ejercito rendido y humillado.
Y la venganza de los insurgentes no se hizo esperar; se infiltraron en la
Rama Judicial del Poder Público, lograron apoderarse de la Fiscalía General y
de muchos puestos en los estamentos judiciales, desde los primeros peldaños de
la Administración de Justicia hasta las curules en las altas Cortes y, a pesar
de tanto prevaricato, tuvieron que absolver al héroe del rescate de la
democracia, Teniente Coronel Alfonso Plazas Vega.
Aún, para afrenta y vergüenza de la judicatura, a punta de testigos falsos,
de jueces venales, de jueces y magistrados también venales, en las cárceles
pululan sindicados y condenados inocentes.
Definitivamente, la historia se repite.
Pelo, respeto y admiro su estilo y manera tan fiel como presentas esa parte de la historia. Tal vez mencionaría la muy decisiva parte que jugó un tal Fidel al mando de un grupo cuyo real papel siguen desconociendo las varias comisiones de la verdad que han sido nutridas por la izquierda. Igualmente, que entre más conversaciones, menos paz y ningún resultado positivo, excepto el lenguaje del combate que sí los estaba produciendo y demostrando cómo, por desfortuna nuestra y de la humanidad, con esa clase de criminales esa es LA SOLUCIÓN.
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