miércoles, 21 de diciembre de 2016






DESIDERATA

Por Peloecaña

Fiel al significado de Desiderata y consecuente con el mismo: "Lo que deseamos y añoramos", quiero despedir este año de 2016 expresando, en primer lugar, lo que deseo para mis amables y generosos lectores:

A todos, a sus familias y a los de su entorno les deseo que esta Navidad les traiga paz, mucha paz, toda la paz que se merecen.

Que los versos del Nuevo Testamento sean plena realidad: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". ¿Y por qué no, también, a los de voluntad no tan buena e inclusive mala?

Por mas de dos milenios, los hombres hemos celebrado esta época desarmando los espíritus y hasta en las contiendas bélicas reales y soslayadas los enfrentados determinan una tregua. ¡Bienvenida la paz tan necesaria y cuya ausencia nos duele en el alma!

Por temor a una injusticia, por omisión de algunos de los contertulios de LA HORA DE LA VERDAD me abstengo de hacer una enumeración de ellos, pero que nadie dude que mis deseos sinceros los incluyen a todos sin excepción; a todos, todos.

Eso lo que deseo.

Permítanme expresarles lo que añoro:

Añoro un Presidente con pleno sentido de la lealtad, de la ecuanimidad, la justicia y el respeto a la juridicidad y a la institucionalidad; esa añoranza ayer no más era una realidad contundente; se empezó a desvanecer el siete (7) de agosto de 2010 y cada día se hace más sentida.

Añoro una Colombia altiva y que defienda sin ambages todos, absolutamente todos, sus derechos y que, por ende, cumpla todas sus obligaciones; una Colombia generosa, pero no timorata, que no renuncie a lo que a todos nos es más querido: los valores éticos y morales, la convivencia pacífica, las glorias pasadas, de pronto olvidadas, las tumbas de quienes ya partieron, el instinto de conservación, la libertad dentro del orden, el santo temor de Dios.

Añoro el respeto perdido a la separación de los Poderes Públicos, la actitud reverente a esa independencia institucional entre las tres ramas: la legislativa, la ejecutiva y la jurisdiccional. 

Hay que acabar de una vez por todas con este interregno maldito, en el que el ejecutivo, con la mentalidad comerciante mutua de los que compran y se venden, convirtió a los legisladores y a los jueces en auténticos prepagos, porque todos se etiquetaron señalando su precio y el presidente corruptor lo paga con los impuestos, con recurso del erario.

Añoro las jerarquías de mi Iglesia, que otrora la integraban pastores sabios y probos, pero que hoy la integran  algunos también prepagos.

Añoro, desde luego, el ejercicio literal de la libertad de los comunicadores, que por desgracia también periclitaron y solamente han decidido ser consuetas y apuntadores del régimen y al tiempo caja de resonancia de sus exabruptos y atropellos. 

También añoro los militares respetuosos de la Constitución y de la Ley, los cumplidos caballeros y gallardos militares los que nunca renunciaron a su honor.

En síntesis, añoro la Colombia de antes, la de ayer, no más, que veía el futuro de frente y llena de esperanza cierta.

Permítanme rematar con esto versos de Jorge Robledo Ortiz, el poeta de Santafé  de Antioquia:

"Se nos muere la Patria, Presidente./ Ya claudicó la voz./ Ya del amor se nos secó la fuente/ Y la esperanza se borró./ Un día... y otro día  caen   los campesinos/ Y caen los soldados en racimo/ y la noche nos cae al corazón".

Y del mismo poema, esta petición a los Presidentes  Uribe y Pastrana:  "Por amor a Colombia y a su pueblo,/ Por tu noble raíz de comunero/ Y por la ruana montañera/ Que en la pobreza te abrigó/ Búscanos un camino a la bandera/ Y enséñanos la fonda caminera/ Que vio pasar-Historia arriba-/ La Gloria de Bolívar/ Y el tropel de herraduras de Rondón." 


domingo, 18 de diciembre de 2016





Héctor Abad Faciolince. Así, con minúsculas

Por Peloecaña

Su homónimo no puede estar más desacertado; jamás merecerá llevar el mismo nombre del más insigne héroe de la Guerra de Troya; si Homero hubiera adivinado que el más epónimo de sus personajes de la Ilíada iba a ser avergonzado por el columnista de El Espectador, quizá no hubiera escrito esa epopeya.

Comienza el bellaco escribidor con esta perla: "Esa lógica, cegada por el rencor, se nutre también del chisme, las mentiras y las conclusiones delirantes"; amarrando desde antes los perros para describir los fundamentos éticos de sus opiniones llenas de rencor infinito, desde  luego, alimentadas por el chisme y llenas de conclusiones alienadas. 

El Espectador no puede ser vehículo de tanto detritus, en nombre de la libertad de prensa, sin convertirse en una auténtica CLOACA.

Gravísima afrenta al Dr. Eduardo Santos Montejo, tío abuelo del presidente Santos y de todos sus primos,  convirtiendo al expresidente fallecido en  un cornudo de campeonato y a su señora esposa, Doña Lorencita Villegas de Santos, en una auténtica y disoluta adúltera compulsiva. 

La ausencia de la más tenue huella de moral del Héctor de El Espectador, cuya única arma es el chisme según su propia confesión, porque el asesinato de Mamatoco ya lo juzgó la historia y le costó, en su momento, la caída del poder al Dr. López Pumarejo y al partido liberal.

Pero como no se cansa de hacer gala de su mala leche, el columnista de marras quiere también confesar que está hecho de la misma materia prima  que el asesino de la niña Samboni, y solo a él se le ocurre sacar conclusiones marcadamente dolosas con todo el elemento, a sabiendas, constitutivo de la intención de hacer daño y decide lanzar la especie de que el crimen cometido y confesado por Rafael Uribe Noriega sucedió por razones atávicas, dada su homonimia con el presidente Uribe y con el exdirector del DAS.

Eso de poner como crítica, en boca de otros, sus propias afirmaciones  es parte de su estilo solapado y evasivo de responsabilidad y, desde luego, no lo aceptamos.

Y su audacia y ausencia total de sindéresis y del más leve asomo de solvencia moral,  llevan al Abad Faciolince a asociar sus fantasiosas conclusiones alienadas, como ya advirtió, con el quehacer político del más riguroso fiscal de la moral pública, el Dr. Laureano Gómez, y resuelve endilgarle un apodo, propio de su mente torcida, sectaria y ancestralmente liberal.

Pero el Héctor de El Espectador debe concluir su obra maestra, llena de sectarismo hirsuto y plena de sinrazón; aún le falta mostrar la última placa de su radiografía moral y, para cerrar con broche de oro, vomita su veneno contra el Dr. Fernando Londoño Hoyos y su familia, apuñalando de manera ruin, vil y rastrera la memoria del egregio colombiano que fue su padre, el Dr. Fernando Londoño y Londoño.

Pero Héctor Abad Faciolince está en los más profundos sótanos del averno, para que sus eructos puedan salpicar siquiera, a Doña Lorencita Villegas de Santos, a su esposo el expresidente Santos, al Dr. Laureano Gómez, al Dr. Fernando Londoño y Londoño, leopardo insigne y orador paradigmático, personajes todos miembros destacados de la política nacional y merecedores del más absoluto respeto a sus vidas privadas.

Tampoco sus insinuaciones cobardes salpican al expresidente Uribe Vélez,  ni al Dr. Noriega, exdirector del Das, ni al presidente Santos y sus ancestros.  Mantenemos de manera irrevocable nuestras diferencias políticas con el presidente Santos, pero respetamos la privacidad suya y de su familia.

El único retratado de cuerpo entero, por dentro y por fuera es el columnista apasionado, calumniador y delirante, que supera con creces al asesino de la niña Samboni.


Y el diario El Espectador queda en deuda con los verdaderos ofendidos, la familia Santos y la familia López, por ser la cloaca por la circula el estiércol que sale por la pluma de su  columnista, invadido de fanatismo enfermizo.


































martes, 13 de diciembre de 2016




LA  CONSTITUCIÓN  SACRIFICADA  EN  PLENA  JUVENTUD

Por Peloecaña

Narra la historia constitucional colombiana que desde el 20 de julio de 1810, hasta ayer, hemos tenido una docena de constituciones, sin contar las de cada provincia, expedidas en la época del sarpullido federalista.

Casi todas  estas constituciones han aparecido enmarcadas por los himnos marciales del sectarismo y se han visto opacadas por el humo de las armas de las guerras civiles que las han impuesto, nueve en total, y todas a nombre de la paz. 

Y como el pregonero de las cortes, a la muerte del rey,  los mandatarios de turno o sus voceros han dicho solemnes y alborozados, en cada caso en particular "¡la guerra ha muerto,  viva la paz!" ¡Caterva de mentirosos!

El artículo 172° de la difunta Ley de Leyes decía: "Para ser senador, se requiere ser colombiano de nacimiento, ciudadano en ejercicio y tener más de treinta años de edad en la fecha de la elección".

Si la Constitución de 1991 hubiera querido aspirar a ser senadora, no hubiera cumplido los requisitos de la norma transcrita; no era colombiana de nacimiento, porque el mismo notario que registró  su  bautizo, el 16 de Julio de 1991, Humberto de la Calle Lombana,  le trasladó su registro civil de nacimiento a La Habana y, escasamente, llegó a  los 25 años.

Vale la pena hacer un análisis somero del iter criminis de quienes  violaron colectivamente a esa doncella núbil: los legisladores mayoritarios, el gobierno de Juan Manuel Santos, y los Magistrados de la Corte Constitucional. 

El expresidente Gaviria, haciendo honor a su liberalismo al estilo colombiano, jamás al liberalismo filosófico, llegó a la conclusión que todos los males de la República de Colombia estaban en la centenaria Constitución de 1886 y convenció al pueblo de su necesidad de aplicarle la eutanasia, y de expedir una nueva.

De esa muerte digna ofició de galeno el  Dr. Gómez Otálora, conservador boyacense y "jurista" emérito, en su condición de honorable magistrado de la Corte Suprema de Justicia. La partera de ese engendro fue, como ya se dijo, el caldense Humberto de la Calle Lombana, que también fue la comadrona de su reemplazo, el nonato acuerdo de La Habana, entre el gobierno Santos y la guerrilla paramilitar de las FARC.

Esa calidad de nonato se la dio el ginecólogo obstetra promotor del feto engendrado y concebido por la unión bastarda entre el Gobierno y las FARC y después de la victoria del pueblo en el Plebiscito, el 2 de octubre, el médico legista, Fernando Londoño Hoyos, ratificó la ausencia de vida de los famosos acuerdos cubanos.

Pero, ¡oh sorpresa!,  los presuntos dueños del triunfo popular, doctores Pastrana, Uribe, Ordóñez y  Martha Lucía Ramírez, ornados de la facultad de expeler soplo divino, resolvieron que el monigote de barro habanero debía tener vida, soplaron al unísono y la criatura nació, pero  con forma de conejo.

El primer sujeto activo de la violación colectiva, a tan agraciada dama, la Constitución de 1991, fue el Presidente de la República que consideró que el artículo 3° de la Constitución violada debería ser roto, irrespetado, para consumar la violación. 

Reza así dicho artículo "La soberanía reside EXCLUSIVAMENTE (resalto) en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece".

Desafío, reto a los constitucionalistas del régimen, a que señalen en cuál canon de la Constitución, hasta hoy vigente, hay la posibilidad por mínima que sea que permita que el Presidente de la República, porque le da la gana, pueda desconocer la soberanía popular, expresada en las urnas el 2 de octubre de 2016.  

Sigamos con el camino criminal de la violación colectiva a la castísima Constitución de 1991.

El Congreso de la República violó con el voto de la  mayoría de sus miembros la Constitución Política, al hacer caso omiso del texto y del espíritu de su  Titulo XIII, artículos 374°, 375°, 376, inclusive, al tomar la decisión arbitraria y abusiva de aprobar lo que aprobaron como reforma a la Constitución, sin cumplir los requisitos constitucionales pertinentes y proceder al expediente repugnante y criminal de aprobar todo, mediante la votación positiva a una mera proposición reformatoria.

La Corte Constitucional también decidió hacer acto de presencia y participación en la violación colectiva a la Constitución Política de Colombia, ya que en ese estatuto Institucional no aparece, por parte alguna, facultad legislativa que la envista del poder reformatorio mediante el aval de actuaciones inconstitucionales, proferidos por otras ramas del Poder Público.

El Capitulo 4 de la Jurisdicción  Constitucional del Titulo VIII de la Rama Judicial, artículos 239° y siguientes fueron letra muerta para el fallo proferido en el día de hoy, por la honorabilísima (?) Corte Constitucional.

A eso debemos agregarle la impertinencia reiterada del Director de La Hora de la Verdad, al dar como cierto que los acuerdos de La Habana, impuestos unilateralmente por el Gobierno Santos y las FARC, juntos una sola persona, constituyen bloque de constitucionalidad. 

Esa táctica, como elemento alarmista jurídico, propagandístico, es bien peligrosa, porque  de tanto repetir ese error lo que resulta es la pretensión de volverlo verdad.

Los guerrilleros de las FARC, a la luz del artículo 93° de la Constitución y de la doctrina del derecho Internacional público, no son sujetos de este derecho.

Quienes suscriben tratados públicos son los Estados y otras entidades asimiladas a tales; dentro de esta órbita jamás cabrán las FARC.