domingo, 16 de junio de 2019






EL DERECHO A LA INTIMIDAD

Por  Peloecaña

Leemos en el artículo 12º de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre: "Nadie será objeto de injerencias  arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias y ataques ."

El articulo 15º de nuestra Constitución dice: "Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar..."

Y para mayor marturbación constitucional y jurídica, el CAPITULO 5 De los deberes y obligaciones de la Ley Fundamental de Colombia, en su  artículo 95º, consagra: "...Toda persona está obligada a cumplir la Constitución y las leyes."

"Son deberes de la persona y del ciudadano:

1.   Respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios;...". 


Pues bien; no, mejor pues mal.  Una de las más respetables familias de Colombia fue víctima de una tragedia íntima y privadísima, y por eso esa familia era sujeto de la protección de sus derechos y también  los filibusteros del periodismo estaban llamados a cumplir sus obligaciones y deberes, para con ella, sin dilaciones, restricciones y sin ambages.

La revista Semana, con portada y todo, se ocupó de actuar como un frente más de la insurgencia guerrillera, e hizo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y de la Constitución Nacional, una vez más, un rey de burlas, un motivo de befa, un monumento a lo que se debe violar sistemática y permanentemente. 

También el diario El Espectador se solazó en reseñar similar actitud de parte de alguien que fuera destacada vocera del chavismo en CNN en Español, hasta hace algún tiempo.

El delito informativo y la violación al derecho a la intimidad de las personas y de las familias se cometió cuando esos medios decidieron, como auténticos criminales, violentar y tomarse por asalto el seno benemérito de la familia de un colombiano respetabilísimo por mil títulos,  hombre de bien y ejemplo como uno los mejores  servidores de la patria, el Dr. Mario Laserna Pinzón, su dignísima esposa, sus hijos y sus nietos, no para informar de la infortunada circunstancia vivida  en el hogar de los Laserna Jaramillo, porque eso no era transcendental para los informadores, ni mucho menos constituía asunto ni tema periodístico; lo aprovechable para explotar con un amarillismo repugnante y asqueante, lo válido para esa caterva de inmorales y bellacos era la oportunidad de golpear a una familia prestantísima, de comportamiento social paradigmático.

Si el tronco de esa familia, Don Mario Laserna Pinzón, no hubiera sido uno  de los cofundadores de la universidad de Los Andes, junto con otro prohombre de la patria, el expresidente Alberto Lleras Camargo y si su nieta, Paloma Valencia Laserna, no encarnara la prosapia de la hidalga mujer colombiana, de la política auténtica y modelo rutilante de lo que es el servicio público y la búsqueda del bien común, y  Senadora insigne del Centro democrático, los santrich y monos jojois y tirofijos y las guerrilleras cohonestadoras del reclutamiento de niñas y sus violaciones, del periodismo, nunca se hubieran ocupado del tema.

¡Periodistas, vergüenza de la profesión y gallada de bellacos!













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