domingo, 15 de abril de 2018




LA GRAN FINAL DE FULLEROS

Por Peloecaña

Hace pocos años se jugó, en La Habana, la gran final del Campeonato Mundial de Fulleros; es decir de tahúres, y el trofeo fue  Colombia entera: su geografía, llanos, valles y montañas, sabanas y páramos; su institucionalidad, o sea el Estado integro, el Gobierno, el Congreso y la Administración de Justicia; desde luego, no podían faltar la Bandera, el Himno y el Escudo patrios, la Palma de Cera y la Catleya, el Sombrero Vueltiao, el Carriel Paisa, la Ruana Cundiboyacence, el Toche y el Pingo de los santanderes, el Morichal y la Coroncora llaneros, el Río Atrato, el Vallenato y la Cumbia, las Ñapangas Payanesas, el Festival de Negros y Blancos, la Feria de Manizales, y el Nevado del Ruiz, la Querendona, Trasnochadora y Morena, Las Chapoleras y las Cuyabras del Quindío, el Rio Magdalena, El Sanjuanero y el Bunde, el Champú y el Manjar Banco, la Hacienda El Paraíso, Hato Grande, El Salto de Tequendama, el Pantano de Vargas; desde luego, el Cerrejón, los Campos Petroleros de todas partes, el Trapecio Amazónico, el Valle del Magdalena, el Café, la Panela, el Viudo de Capaz y todo lo entrañablemente colombiano.

Los finalistas, tahúres de profesión, designaron sendas comisiones que los representaran en la sede del torneo finalísimo, La Habana Cuba, de donde hace décadas se fueron el Son y el Manicero, las Balladeras y la democracia.

Y, entonces, en nombre propio sin autorización ni mandato alguno, el presidente, guerrillero camuflado le dio estatus a sus jefes y empezaron a disputar el trofeo, que abusiva e inconsultamente habían escogido: nuestra patria amada.

Empezó la pantomima y al juego se prestaron generales de soles marchitos y apagados, filósofos callejeros y sin título, y, desde luego, los jefes de la subversión y la guerrilla narcotraficante, violadora de infantes, mutiladora de campesinos, asesina de los héroes de Colombia, secuestradora, destructora de la infraestructura nacional.

El resultado de ese contubernio siniestro fue lo que dieron en llamar los Acuerdos de La Habana, y el presidente apátrida y guerrillero del Chicó le dio personería a quien nunca la tuvo, como sujeto de Derecho Internacional Público, ni jamás la podría tener para firmar tratados públicos.

Para distraer la opinión internacional, el tahúr que nos desgobierna pretendió refrendar su pacto siniestro, acudiendo a los colombianos; nos convocó a un plebiscito y puso toda la carne en el asador y todo el poder político, económico y de los medios de comunicación y de los mas connotados jerarcas del catolicismo, en la creencia de que ya todo estaba consumado, y los acuerdos aprobados por el pueblo, proclive a la mermelada; pero,  ¡oh sorpresa! el establecimiento fue derrotado, a pesar de quienes quisieron comprar el resultado y del  fraude electoral.

La dignidad personal y colectiva, que aún nos queda, abortó el engendro y los Acuerdos siniestros no nacieron; no obstante, al diablo con apellido equivocado eso no le importó, ni a sus secuaces tampoco, burlaron la voluntad popular y siguieron adelante con su felonía vergonzante y vergonzosa, como si nada hubiera pasado.

Hoy, que una de las cabezas visibles y ostentosas de la guerrilla comunista fue pillado con las manos en la masa, delinquiendo, después de la firma del  pacto funesto y que, según lo acordado, su conducta delictiva ha de ser de competencia de los jueces ordinarios, el Presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia no duda en proponer un conflicto de competencias negativo, para no quemarse con tan hirviente papa, la lanza a las manos de la JEP, nueva Cueva de Rolando, para propiciar la impunidad del ciego pintor y narcotraficante sorprendido en flagrancia.


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