LA JUSTICIA
Por Peloecaña
Tema de disquisiciones filosóficas y académicas ha sido tan elemental
asunto, que a los pensadores siempre ha preocupado desde Platón, pasando por
Aristóteles, Santo Tomás, Kant y Marx, hasta los doctores Cepedín y Leyva Durán
y los analfabetas de las FARC.
Como para fortuna personal mía, estoy años luz de quienes con justeza o con
justicia merecen el privilegio de ser considerados como filósofos y bastante
retirado de los analfabetas de las FARC, voy a ensayar dar mi concepto de la
Justicia según Peloecaña.
Yo, a mucho honor, coincido con el sentir del ciudadano raso, en cuanto a
la certidumbre, según la cual justicia no debe haber sino una, la que asegura
que a todos hay que reconocerles lo que merecen, según su comportamiento
individual y social, partiendo de la captación simple de lo que está bien y lo
que no.
Desde luego, yo creo en la Justicia Divina que es inexorable, pero que a
veces sentimos que es demorada y desesperante, aunque no se la rebaje a nadie.
La manera de manifestar la justicia tiene muchos apellidos, distributiva,
social, tributaria, académica, y siempre han de aplicarla seres humanos; en
teoría los mas sabios y los más probos, si es que frente a estos conceptos
caben valoraciones relativas y comparativas.
Por eso no creo en la justicia transicional, menos en la transaccional, ni
en la que por mayoría coyuntural nos quiere imponer el establecimiento, en aras
de una paz fementida.
La justicia que no se imparte mediante la valoración acertada de unas pruebas,
o por la visión desenfocada o bisoña de los hechos, aplicada por jueces que
nunca son el fiel de la balanza, sino parte parcializada y politizada que dicta
veredictos que, desde luego, son “falsodictos”
antes que nada, no cura las heridas del conflicto, sino que se convierte en sal
y limón sobre las llagas y peladuras vivas y sangrantes de la patria.
El mundo del derecho, que es el basamento y la génesis de la justicia, está
lleno de teorizantes e íconos cuyas proposiciones nunca son de aceptación
universal, sino que, por el contrario, generan alinderamientos insalvables.
Claus Roxín es uno de esos teorizantes de reconocimiento universal y se
inventó la teoría que consiste en dar por sentado que, en una organización
criminal, es tan responsable de la violación la ley penal quien ejecuta la
conducta punible como quien aparece como director o cabeza visible de esa
organización criminal.
Los jueces colombianos marxistas, como en Fuente Ovejuna, todos a una, han
acogido sin beneficio de inventario la teoría de Roxin y para aplicarla
empiezan por deformarla intelectual y éticamente.
Para el más efectivo frente de las FARC, el de los togados, la línea de
mando ascendente, cuando se trata de masacrar militares, termina en la
comandancia de la unidad castrense a la que pertenece el subalterno enjuiciado
y nunca toca a los Ministros de Defensa, ni al comandante en Jefe, el
Presidente de la República, porque es jefe del juez marxista prevaricador
y hay solidaridad partidista.
Es así como se interpreta y aplica la teoría de Claus Roxin.
¿Por qué a los criminales de guerra, que durante más de 50 años han azotado
la sociedad colombiana, no les aplican la justicia con la que juzgaron a los
acusados en el Proceso de Nuremberg?
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