DEL
PREVARICATO Y EL PROCESO PRETELT
Por
Peloecaña
En el lapso de los recientes últimos años, la opinión pública se ha
enterado de hechos, sin duda, graves, gravísimos de los que los medios la han
informado, desafortunadamente no de manera objetiva sino sesgada, como es
su costumbre, y no con el ánimo de que recibamos la
relación de hechos ciertos como debiera ser, sino con la mala intención de
producir un efecto mediático, que traiga como consecuencia, desde luego, un
resultado ídem y el linchamiento moral de la víctima de turno.
Desde el comienzo de la tragedia, le correspondió a un Magistrado de la
Corte Constitucional el doloroso papel de ser cabeza de turco y, como en Los Intereses Creados de Benavente, el
tinglado de la farsa se montó y la tramoya y la utilería fueron fría y
adecuadamente calculados.
Se denunció un soborno de varios centenares de millones, se escogió un
actor de esa conducta y se puso a andar la bien engrasada maquinaria de la
justicia partidista y política prevista por la propia Constitución para un
delincuente, así señalado previamente, y condenado de antemano, sin fórmula de
juicio por la prensa dócil y fletada, que siempre ha estado lista a cobrar sus
estipendios al régimen corruptor que detenta hoy el poder.
La sentencia durísima de Barbey D´Aurevilly, hoy cobra más vigencia que
nunca: "Los periódicos que deberían
ser los educadores del público, son sus cortesanos, cuando no sus
meretrices".
El Magistrado en capilla para ser condenado al garrote vil tiene a su haber
algunas cualidades que hoy, en este régimen de verdadero terror, son
ineludiblemente causales de ignominia y escarnio: Fue postulado para tan alta
investidura por el Presidente Uribe Vélez, es oriundo de la costa caribe
colombiana, región en la que la compra de los valores está a la orden del día,
y tiene a sus espaldas el anatema de ser militante del Partido Conservador.
Su proceso en la Comisión de Acusaciones de la Honorabilísima Cámara de
Representantes fue, desde su inicio, un dechado de lo que no debe ser una
investigación imparcial; el respeto al derecho constitucional al debido proceso
fue atropellado, dejando absolutamente inerme y lastimado al acusado, como
lo demostraron hasta la saciedad el propio inculpado, su defensor por
fuera del proceso, porque no se le permitió participar en la audiencia ante el
Senado, y los intervinientes en el debate respectivo en la corporación senatorial,
vinculados al Partido Centro Democrático; y como el sindicado ya estaba estigmatizado,
la prensa enmermelada ubicó a esos Senadores como los defensores del reo, para
hacer extensivo ese estigma a los congresistas que no piensan como los paniaguados
cenadores, con c, del régimen.
Tuvieron los parlamentarios del Centro Democrático que ocuparse de ese
cargo, y para desvirtuar al periodismo fletado dejaron constancia de
que no son defensores oficiosos ni contratados de alguien. Solo defienden el
imperio de la Constitución y ley, la institucionalidad y la
juridicidad.
Los voceros de los valores fundantes de la Nación demostraron, hasta la
saciedad, que el proceso de marras es un monumento al prevaricato con todo el
ingrediente del elemento "a
sabiendas" inherente al dolo.
Hunde sus raíces el delito de prevaricato en el Derecho Romano, y fueron
eminentes juristas de nuestra fuente primigenia de la institucionalidad quienes
se ocuparon de la violación del Magistrado de entonces, frente a la ley; y
desde entonces los preceptos legales castigaron al pretor que se apartara de la
correcta aplicación del ordenamiento jurídico.
Si acudimos al significado etimológico de PREVARICATO encontramos que
procede del latín PRE, que significa antes, y VICARE, abrir las piernas.
Pregunto: ¿a quien se le abrirían de piernas los parlamentarios que se
llevaron de calle los derechos del Magistrado Pretelt?
Los senadores defensores de la Constitución y la ley advirtieron al
Congreso, Cámara y Senado, de lo que significaba su apertura de piernas; es
decir, que las abrieron conscientes de lo que hacían, plenamente a sabiendas,
con dolo.
Cuando el catecismo del Padre Astete definió el pecado mortal, dijo: Pecado
mortal es hacer, decir, pensar o desear
algo contra la ley de Dios o contra la ley del hombre, en materia grave, con plena advertencia y con pleno
consentimiento.
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