viernes, 12 de agosto de 2016







EL PESO MORAL DE LA CULTURA

Por Peloecaña

El más importante patrimonio de una nación y de un país es su cultura y si esa cultura está cimentada sobre las bases morales de valores transcendentales y superiores, aparecerá el concepto de patria, y  la fortaleza económica y la justicia social vendrán por añadidura.

Que nadie dude que la solvencia moral de un pueblo es su cultura.

Si la sociedad colombiana se debate entre los bandazos de un gobierno sin moral, la cultura de la injusticia y de la violencia,  los más caros principios que otrora fueron pilares de nuestra nacionalidad están pisoteados y manchados.

El régimen pragmático que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos nos llevó a ser catalogados como una narcodemocracia y el esfuerzo de los dos últimos Presidentes, distintos a quien hoy detenta el poder, parecieran en vano, porque el mandatario de hoy nos ha sumido en la vergüenza y en la humillación.

Hoy sufrimos y padecemos la más aberrante dictadura, disfrazada de democracia, donde con la anuencia cómplice de mayorías legislativas y  de una justicia politizada, al servicio del mayor corruptor que en Colombia ha habido, y  se desmoronan la institucionalidad y la juridicidad, como caen las carnes de un cuerpo invadido por la lepra.

La cultura tuvo por propósito la  vigencia de principios vitales para el cuerpo social de la república; se trataba de elevar el espíritu y forjar el carácter de la nacionalidad del sitial que nunca ha debido descender.

Ya ni siquiera nos conmueve el Himno Nacional, ni nos arropa la Bandera; el Escudo no es égida, sino carga ominosa; todo se compra, todo se vende; la dignidad se murió de tedio y la cultura de antaño huye avergonzada.

La cultura que añoramos no crea opinión, siembra convicciones. El gobierno predica que los linderos y los hitos ya no señalan límites, ni determinan propiedades, como en el tango Cambalache: "Todo es igual, lo mismo un burro que un gran profesor".   

La cultura tuvo  signos que la identificaron: El concepto Orden fue pieza fundamental de esa cultura; ahora padecemos lo más antagónico al orden, la anarquía.

El Presidente de la República nos quiere entregar a todos maniatados de pies y manos a los paramilitares guerrilleros de las FARC. Festinó la tutela natural que los padres ejercen, con yugo suave pero firme, sobre sus hijos menores y dispuso que la libertad  inherente  a esa tutela sea  suplantada por los epígonos de la ideología de género.

Entregó los derechos constitucionales que señalan en cabeza de quien está la facultad de elegir o designar jueces y conformar Tribunales y Cortes, para otorgarle ese derecho a  manos internacionales, como si Colombia fuera minusválida o un protectorado de los organismos internacionales y de países extranjeros, sin reclamar siquiera la práctica de la reciprocidad, pues de antemano sabe que ni esos organismos ni esos países se someterán jamás a tamaña indignidad.

De todos esos atropellos y felonías son y han sido cómplices necesarios e  ineludibles, legisladores, jueces y comunicadores enmermelados hasta más no poder.

Si esas conductas ejercidas y practicadas por legisladores traidores, por el gobierno felón y por los jueces ídem y comunicadores fletados no constituyen el delito de Traición a la Patria, esa conducta típica punible debe ser eliminada de la Legislación Penal Colombiana, que a la letra dice: "El que realice actos que tiendan a menoscabar la integridad territorial de Colombia, a someterla en todo o en parte a dominio extranjero, a afectar su naturaleza de Estado Soberano o a fraccionar la unidad nacional, incurrirá en prisión de 320 a 540 meses. (CPC art. 455).

Señor doctor Alejandro Ordóñez Maldonado, señor doctor Néstor Humberto Martínez Neira, los dos tienen la palabra.


Si Colombia demostró con creces que aún le quedan restos de dignidad cuando salió a la calle a defender los derechos de los niños, jóvenes y padres colombianos, la lucha apenas ha comenzado. 

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