domingo, 14 de agosto de 2016





IGUALDAD Y DISCRIMINACIÓN

Por Peloecaña

La igualdad en el mundo ha sido una utopía que jamás se realizará a plenitud. La discriminación es la manera de seleccionar por exclusión.

Desde que el mundo es mundo nos apabullan y a veces nos satisfacen las desigualdades y la discriminación. Dice el Evangelio que el fariseo daba gracias por no ser como los demás; elegía a la desigualdad y monumento a la discriminación.

Cuando el hombre fue, aparecieron los hombres y las mujeres y cuando los irracionales fueron especie, aparecieron como hembra y macho y en las plantas se dio la misma discriminación; todo para garantizar la perpetuación de los seres humanos, de los animales y de las plantas.

Y aparecieron las distintas razas y tipos y prototipos para hacer más evidente la diferencia y para hacer notar la discriminación.

Nunca han sido iguales los seres humanos, salvo por su condición de seres humanos y por la dignidad que, como tales, le es inherente como cualidad inalienable.

Pero no siempre ha sido así; todas las civilizaciones de todas las latitudes han ejercido discriminación odiosa y han promovido y admitido la existencia de siervos y señores, de esclavos y libres y, por desgracia, hoy esa circunstancia no ha cambiado mucho.

Los eruditos, sociólogos, historiadores, geógrafos y antropólogos rotularon el mundo y lo denominaron así: Viejo Continente, Nuevo Continente, Continente Asiático y Continente Negro; otra manera de discriminación.

Y los idiomas también son factor discriminatorio excluyente.

Los ingleses pusieron en práctica la política del Apartheid en Suráfrica, donde toda una etnia, abrumadoramente mayoritaria, tuvo que soportar, por la fuerza de la violencia, la discriminación odiosa ejercida por una minoría esa si literalmente apabullante de blancos anglosajones; y esa discriminación fue repetida en la India y en Egipto y en los mares del Caribe. 

Y los griegos y los romanos dividieron su sociedad entre la plebe y la aristocracia y así dominaron y sojuzgaron el mundo de su época imperial.

Y discrimina  la policía blanca cuando se solaza apaleando y baleando ciudadanos negros o latinos en los Estados Unidos de América por motivos inaceptables, como son el color y la raza.

Y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, síntesis política del mundo, se discrimina cuando menos de una docena de sus miembros gozan de la opción de vetar las decisiones de ese organismo, poniendo en inferioridad de condiciones al resto mayoritario de sus miembros.

Y en Colombia se discriminó desde siempre, desde el virreinato de la Nueva Granada, haciendo diferencia entre españoles nativos y criollos y nativos o aborígenes o indígenas, pasando por bolivarianos y santanderistas y liberales y conservadores,  discriminación siempre sustentada  en la razón de la sinrazón, la del más fuerte físicamente, por encima de la razón de las ideas.

Pero hoy padecemos la más oprobiosa de todas las discriminaciones; el régimen, de manera abusiva, atrabiliaria y arbitraria, ha decidido  seleccionar por exclusión a sus amigos, convirtiendo a los que no comulgan con sus prácticas políticas antidemocráticas, anti jurídicas y anti institucionales en auténticos apátridas y peores leprosos, reos de lesa majestad.

El Estado Colombiano, con todo el talante de una dictadura y abusando de todas las ramas del  Poder Público, legisla contra la Constitución, gobierna contra la institucionalidad y convirtió la Justicia en yunque y martillo, que golpea donde le plazca. 

El régimen decidió imponerle a Colombia su propia paz, entregando la bandera tricolor hecha girones y llena de las heces de todos los albañales; convirtió la horrible noche en forma permanente de vida y cambió el Cóndor de los Andes en ave de corto vuelo y el lema Libertad y Orden en una auténtica befa y en un rictus vergonzoso.

La penúltima proeza del régimen y de su mascarón de proa, el presidente santos, por mano ajena, su ministra de educación, (todo con minúsculas), fue pretender imponer  unos manuales de convivencia, negociados con los paramilitares de las FARC, según los cuales los padres de familia, las iglesias y los maestros renunciaban todos a ser tutores de la educación de sus hijos, de  su fieles y de sus educandos, para satisfacer las tendencias ideológicas de género de la ministra en mención. 

Por fortuna el instinto de conservación de la sociedad colombiana funcionó y la patria y el país se salvaron de tamaño despropósito, que la nación quería implantar.

La última perla del desprestigiado gobierno santos es festinar la Dignidad Nacional, la Constitución, la juridicidad y las Instituciones, con la anuencia cómplice de legisladores y jueces, pactando en La Habana un nuevo tipo de Justicia a la medida de los deseos de la insurgencia paramilitar, entrega delictuosa e indigna que es sellada con la entrega de la potestad de designar los jueces de este país por un grupo de personalidades que no tiene vocación constitucional para hacerlo.

¿Acaso pretende el gobierno que la Iglesia Católica renuncie a la potestad de designar obispos y cardenales en todas las diócesis del orbe católico  y en la Curia Romana, y delegue esa facultad a los integrantes de la mesa de diálogos reunida en La Habana, o que sea mediante decreto presidencial que se convoque el sínodo de obispos o el cónclave para elegir Papa?

¿O está esperando el presidente santos que la Asamblea General de las Naciones Unidas lo delegue para que sea él quien designe los miembros del Consejo de Seguridad de ese organismo?

¿O cree que las altas Cortes ya decidieron aceptar su castración colectiva?

¿O se ha hecho la ilusión de que va ser señalado para nominar al sucesor del Presidente de la ONG, que dirige el señor Vivanco?


Presidente santos, ¡no está ni tibio! Con sus actos reiteradamente equivocados no son ni el Presidente Pastrana ni el Presidente Uribe los enemigos de su proceso de paz tramposo; ¡dese cuenta de  que el peor enemigo de esa pantomima es usted mismo!

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