lunes, 19 de junio de 2017




TODOS  DEBEMOS  PERDONAR

Por Peloecaña

Después del criminal atentado terrorista, ocurrido en el centro comercial Andino, aparecieron los apóstoles de la paz del régimen y pregonan  tener la solución al conflicto que vive el mundo y del que, desde luego, no se escapa Colombia. 

La única medicina posible y eficaz es el perdón unilateral para todos los que ejercen el irrespeto al derecho ajeno, como norma permanente e invariable de conducta.

Vamos a concederles la razón, aunque sea por unos minutos; pero antes permítanme ocuparme por la exhortación hecha por el presidente Santos Calderón, a raíz de los hechos luctuosos y dolorosos del pasado fin de semana al norte de la capital colombiana.

En tono imperativo, como tiene que ser, el presidente se dirigió a las autoridades, exigiéndoles el cumplimiento de la obligación que tienen de mantener informada a la opinión pública, del desarrollo de los sucesos que vayan acaeciendo, en cumplimiento de la investigación del atentado criminal, "pero solo con información cierta."

Esa patética invitación no es más que el reconocimiento de que en los informes de este gobierno, la certidumbre y la verdad siempre se mueven al vaivén de la conveniencia propia del régimen. 

Retomando el hilo del tema central de este escrito, vamos a hacer el análisis de la obligación de perdonar, requisito "sine qua non" la paz seguirá siendo esquiva y quimérica.

Como yo soy creyente confeso y creo en el mandato divino del amor, voy a acudir a las palabras de la Biblia, según las cuales, cuando recibamos ofensas, debemos colocar la otra mejilla. Pero abofeteados en los dos cachetes, ¿cómo funciona eso del perdón? Nos quedaron debiendo la respuesta.

También dicen las Sagradas Escrituras que debemos perdonar setenta veces siete, es decir 490 veces; ¿y qué pasa con los agravios recibidos después del 490? ¿como opera ahí el perdón?

¿No creen los apologistas del perdón eterno que las FARC y los demás grupos guerrilleros, las bacrim y todos los agresores de la armonía social e individual, ya superaron con creces las 490 conculcaciones de los derechos particulares y colectivos de todos los colombianos?

Y qué le pasó al mismísimo Jesucristo, cuando lleno de santa ira, al encontrar a los mercaderes en el Templo, les censuró su actitud mercantilista y abusiva, y los sacó a latigazos de su casa, afirmando implacable: "Mi casa es casa de oración y no cueva de ladrones"?

¿A quien debemos perdonar, a los mercaderes, al Maestro, o a los dos?

Para estar a tono con los perdonantes irredentos, a los últimos de la fila que primero debemos perdonar  son a los autores del atentado del Centro Andino.

Como el perdón no ha de ser unilateral ni "in tuitu personae", sino general y universal, según los expertos, desde luego, nosotros los supuestos enemigos de la paz, mereceríamos el perdón presidencial y el  de las FARC.

Y como todos los valores de la sociedad han de estar supeditados al perdón, so pena de no lograr nunca la paz tan deseada y necesaria, entonces propongo, en consecuencia:

-. Hay que adicionar los acuerdos de la Habana, porque si los delitos atroces de la guerrilla deben ser perdonados, con mejores méritos se deben perdonar los delitos comunes y, en consecuencia, hay que incorporar una cláusula nueva a tan filantrópicos acuerdos; ese pacto debe consagrar la suspensión indefinida de la vigencia de toda la legislación penal colombiana; suspensión, desde luego, benéfica por innumerables razones;  por ejemplo, se acaba el hacinamiento en las cárceles del país, y podrá ser candidato presidencial el doctor  Luis Alfredo Ramos Botero; también podrá volver al seno de su familia y de su patria, libre de todo apremio el doctor Andrés Felipe Arias Leiva, y el presidente Santos se liberará del peso que tanto lo trasnocha, la corrupción generalizada de su gobierno, sin excluir Reficar, Odebrecht, la venta de Cafesalud y otras perlas de parecido kilataje.

También Colombia se liberará de toda la clase política que respalda el régimen, que ha convertido el Capitolio Nacional como en uno de los cuentos  de las Mil y Una Noches, en la Cueva de Alí Babá y su grupo de ladrones y acabaremos con la justicia politizada, corrompida y madre de la impunidad, porque, por lo menos, los jueces penales ordinarios se irán a vacaciones, mientras funciona tutiplén  la Justicia Especial para la Paz.

-. Y, desde luego, para democratizar la banca opresora y sanguijuela, hay que seguir perdonando; entonces, todos los deudores morosos ya no serán ejecutados, ni habrá intereses moratorios y el plazo de vencimiento de las obligaciones crediticias será congelado de manera también indefinida, para que el perdón sea efectivo y la paz no corra riesgos.

-. Y  como el Estado debe dar ejemplo de perdón, en aras de la salud de la paz, habrá amnistía tributaria, desde luego también indefinida, y el pago de los impuestos será discrecional al gusto de los evasores y elusores no importa que la economía se vaya a pique. ¡La paz bien se lo merece!

-.También merecen perdón total, los trabajadores estatales y particulares que no cumplan sus obligaciones como servidores públicos o trabajadores del sector privado. ¿Acaso no son las centrales obreras y los sindicatos estatales, como Fecode y Asonal Judicial ramas del mismo árbol, el régimen santista y las FARC? No olvidemos,  la salud de la paz lo requiere, panacea efectiva: el perdón.

Para terminar, el más evidente vocero de los enemigos de la paz, el Director de La Hora de la Verdad, no puede liberarse de la obligación de perdonar, pues si no perdona será reo responsable absoluto de la muerte de la paz, fin único de la existencia del pueblo, la sociedad y el Estado colombianos.

Debe perdonar, ni más faltaba que no, al General Naranjo, a todos los que fraguaron y ejecutaron su atentado, al presidente Santos y, desde luego, al Alcalde Peñalosa.

Los países europeos, solidarios con la paz de Colombia, están obligados por lealtad con nuestra patria, a perdonar a todos los terroristas que en el mundo son, y que todos los días atentan contra la estabilidad institucional del  Viejo Continente. ¡La paz mundial bien lo merece!


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