LA CORRUPCIÓN
Por Peloecaña
No tengo la más mínima vacilación ni duda para afirmar rotundamente, y con
el respaldo de la tozudez de los hechos, que el más grave cáncer del
Administración Pública, de la política y de la sociedad colombiana es la corrupción,
por activa y por pasiva.
Con todo el aporte negativo de la guerrilla a nuestra tragedia nacional,
ésta no es más que la consecuencia de los gobiernos corruptos, hija de los
prácticas corruptas de la clase política, engendro de la justicia corrupta y
fruto de la prensa fletada y a sueldo del régimen y, desde luego, nace del
repudio de los débiles y expoliados, por una clase empresarial y gremial que
pone su interés personalísimo al servicio de causas asociales, que vulnera la
equidad y detiene el desarrollo social justo y equitativo y que lanza a los
menesterosos por el camino equivocado de la violencia, en su desesperación por
encontrar todo lo que el sistema corrupto les ha negado, de manera inveterada y
mezquina.
El gobierno que asesina, atenta de muerte y encarcela a sus críticos y
contradictores no hace más que ejercer la corrupción sin miramiento alguno, y
con cinismo que hiere y avergüenza, indigna y desespera.
El gobierno que está anclado en el poder del narcotráfico, también hijo
directo de la corrupción, no hace más que cultivarla y estimularla.
El gobierno que se apropia del erario como patrimonio personal de quienes
lo ejercen, no es más que celoso guardián de la corrupción y la amoralidad.
La venta de los bienes públicos, de manera fraudulenta, para satisfacer
intereses individuales y para sostener lo insostenible, es pura y neta
corrupción.
La impunidad rampante, patrocinada y ejecutada por los encargados
institucionalmente de administrar recta, pronta y cumplida justicia es la más
aberrante de las formas de corrupción.
El reparto a manos llenas de ingentes cantidades de millones de lo que es
ajeno, por ser de de todos, para convertirlo en botín de
aventureros, medradores y asaltantes de todas las pelambres, no es más que pura
y simple corrupción.
La tolerancia a la guerrilla y la entrega de las instituciones republicanas
a la subversión es una manera descarada de ejercer la corrupción.
El silencio de los medios de comunicación o el aplauso genuflexo de la
prensa a cualquier manifestación de corrupción, siempre irá en detrimento de
toda la sociedad.
El eclecticismo tramposo y ladino que practican los organismos
internacionales y los gobiernos extranjeros, que estimulan la fementida paz de
los sepulcros en Colombia, mientras justifican la guerra dentro de sus
fronteras, o en otras latitudes, es un proceder corrupto y por corrupto,
inaceptable.
La actitud de algunos jerarcas de la Iglesia, complacientes y silentes con
los desafueros de los corruptos, y solidarios por acción o por omisión con la
guerrilla, hija predilecta de la corrupción, no es más que complicidad y
absolución inmerecida y gratuita, en aras del ejercicio de la teología de la
liberación; auténticos lobos con piel de oveja.
La corrupción en sus distintas manifestaciones es el enemigo común de la
humanidad y es la conducta a vencer y a desaparecer, para disfrutar de una paz
cierta, verdadera y duradera.
11 de febrero de 2016.
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