martes, 12 de abril de 2016





LA  HISTORIA SE REPITE

Por Peloecaña

Siempre he combatido de manera implacable a quienes se atribuyen la investidura de notarios de la historia, para escribir de manera aberrantemente subjetiva, mentirosa y tendenciosa, en ofrenda al  tótem del culto a la mentira, como todos los que afirman sin el más leve asomo de vergüenza y sin rubor alguno y, lo que es peor, sin sustento probatorio, que han descubierto las causas de la violencia en Colombia.

Para esos prohombres de la ciencia de divulgar la verdad de los hechos, fueron la Iglesia Católica, el Dr. Laureano Gómez Castro y el Partido Conservador los generadores y ejecutores de la violencia nacional. ¡Que abundancia de escasez! como dijera Montecristo, el genial humorista antioqueño.  

Para no caer en lo que tan inexorablemente he criticado, voy a despojarme de mis afectos e inclinaciones partidista, para narrar hechos que son de dominio público, sucedidos en distintas épocas de la historia patria.

En el año de 1930, el Partido Conservador dividido enfrentó su aspiración hegemónica de continuar en el poder, al liberalismo unido y cansado de la permanencia ininterrumpida durante todo el siglo XX, de los gobiernos del Partido de Caro y Ospina.

Los candidatos del establecimiento fueron el General Alfredo Vásquez Cobo y el Maestro Guillermo Valencia, y por el Partido Liberal fue candidato único el Dr. Enrique Olaya Herrera.

Sucedió lo inevitable; la unidad se impuso frente a la división y accedió al gobierno el liberalismo.

Después de 16 años de hegemonía liberal, el partido de gobierno se dividió y llegó nuevamente al poder el conservatismo, presidido por el Dr. Mariano Ospina Pérez, siendo sus oponentes electorales el Dr. Gabriel Turbay, como candidato oficial del partido gobernante, y el caudillo popular, Jorge Eliécer Gaitán, candidato disidente del mismo partido.

Se repitió la historia; la división cayó ante la unidad.

Vino la celebración de la IX Conferencia Panamericana, en Bogotá, reunión fundadora de la OEA, y el certamen continental fue la mejor coyuntura para producir el caos y casi la disolución de la República, ante el asesinato del caudillo liberal.

Algunos voceros autorizados del partido derrotado se tomaron por asalto la Radio Difusora Nacional y se dedicaron a hurgar la llaga del pueblo adolorido y a exacerbar los ánimos y a instigar la violencia, que cubrió de sangre hermana a toda la geografía nacional.

A pesar de que el presidente Ospina había instaurado la unidad nacional y gobernaba con los más selectos hombres del partido derrotado,  ante la confusión y el desorden desatados por las arengas incendiarias de connotados jefes del liberalismo, la Dirección Nacional Liberal encabezada por los doctores Darío Echandía, Ministro de Gobierno de entonces, Carlos Lleras Restrepo y Plinio Mendoza Neira, entre otros, al ver los desmanes que sus copartidarios habían provocado, acudieron presurosos a palacio, no a respaldar al gobierno del que hacían parte, sino a protocolizar  la renuncia de sus copartidarios al gabinete y a pedir la renuncia del jefe del Gobierno, y se ofrecieron como sacrificados colombianos, únicos capaces de restaurar la calma y el orden público.

Nunca creyeron que al frente del gobierno estaba un Presidente valeroso y enhiesto, que prefirió soportar los embates de la turba estimulada por el fanatismo y la pasión, y cuando respondió a las pretensiones de sus visitantes redentores, con frase memorable: "Para la democracia colombiana vale más un Presidente muerto que un Presidente fugitivo", no les quedó más que retirarse sin la cuota de poder que ostentaban, y como se dice, con el rabo entre la piernas.

Después vino la más feroz oposición desde el Congreso y desde todas las columnas de toda la prensa liberal, encabezada desde Bogotá, por El Tiempo y El Espectador.

Los medios de la oposición propalaron la versión jamás probada, que el conservatismo y sus jefes habían sido los mentores y ejecutores del crimen de Gaitán y que el gobierno de entonces era el padre legítimo de la violencia que desangró y enlutó la tierra de todos.

Un destacado jefe conservador fue el único en definir de manera certera y plena las causa de todos los desmanes; el Dr. José Antonio Montalvo dijo. "La violencia se desató porque a partir del siete de agosto de 1946, los liberales creyeron que no habían perdido nada y los conservadores creímos que lo habíamos ganado todo".

Pasadas mas de dos décadas de barbarie y vergüenza, los doctores Laureano Gómez y Alberto Lleras, jefes de las huestes en contienda, pactaron el Frente Nacional, que morigeró la guerra, restañó las heridas y sosegó los ánimos belicistas. 

Años más tarde, los contendientes no fueron los de la enseña azul y el pabellón rojo; el país fue dividido entre explotados,  el pueblo trabajador, y los explotadores, los liberales y los conservadores.  

Un gobernante que decía ser conservador, con el cuentico de la paz, amnistió a la guerrilla del M19, y ese colectivo, inicialmente fundado por viejos conservadores que se decían víctimas del robo de las elecciones a la capitana, la misma de Sendas y madre del más pulcro y honesto de todos los gobernantes que ha tenido la Capital de la República, se tomó el Palacio de Justicia, a nombre de la pobrería, pero fletado por los carteles de la droga y asesinó a buena parte de la Magistratura Colombiana.

Igual que en los tiempos del 9 de abril de 1948, al presidente lo iban a juzgar, condenar y fusilar los jueces revolucionarios que habían irrumpido a la política robándose la espada de Bolívar y asaltando el Cantón Norte del ejército colombiano, para sustraer las armas que allí había en abundancia.

El Presidente de la Honorable Corte Suprema de Justicia se desmoronó literalmente y cual plañidera pedía la entrega a la subversión de la institucionalidad, a cambio de renunciar a su martirologio y sobrevivir.

Pero el gobierno ordenó la recuperación del Palacio asaltado y fueron militares gallardos, valerosos y altivos, quienes lo recuperaron, a costa del sacrificio de muchos inocentes, porque para la democracia colombiana valió siempre más un ejército adolorido que un ejercito rendido y humillado.

Y la venganza de los insurgentes no se hizo esperar; se infiltraron en la Rama Judicial del Poder Público, lograron apoderarse de la Fiscalía General y de muchos puestos en los estamentos judiciales, desde los primeros peldaños de la Administración de Justicia hasta las curules en las altas Cortes y, a pesar de tanto prevaricato, tuvieron que absolver al héroe del rescate de la democracia, Teniente Coronel Alfonso Plazas Vega.

Aún, para afrenta y vergüenza de la judicatura, a punta de testigos falsos, de jueces venales, de jueces y magistrados también venales, en las cárceles pululan sindicados y condenados inocentes.

Definitivamente, la historia se repite.





1 comentario:

  1. Pelo, respeto y admiro su estilo y manera tan fiel como presentas esa parte de la historia. Tal vez mencionaría la muy decisiva parte que jugó un tal Fidel al mando de un grupo cuyo real papel siguen desconociendo las varias comisiones de la verdad que han sido nutridas por la izquierda. Igualmente, que entre más conversaciones, menos paz y ningún resultado positivo, excepto el lenguaje del combate que sí los estaba produciendo y demostrando cómo, por desfortuna nuestra y de la humanidad, con esa clase de criminales esa es LA SOLUCIÓN.

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